Ofrecemos
a nuestros lectores un texto del profesor y revolucionario cubano Rubén
Zardoya, escrito a raíz del arreo de la bandera roja del Kremlim y la
desintegración de
la Unión Soviética, el cual, a nuestro juicio, conserva total
actualidad. Llegue a la inteligencia y el corazón de los lectores que,
más de 20 años después, persisten en su convicción de que el marxismo
es la guía para la acción más eficaz con que contamos los
revolucionarios para transformar el mundo.
Por: Rubén Zardoya Loureda
Digamos
sin rodeos: está en crisis el marxismo vulgar, esa forma transfigurada
de la teoría marxista que constituye la institucionalización del dogma
fosilizado y su ensamblaje arbitrario con los más disímiles
razonamientos pancistas que reproducen los fenómenos externos de la vida
social en calidad de representación y prejuicio.
No
se trata, simplemente, del resultado de un desgaste inevitable o de una
avalancha de mordiscos sobre la teoría clásica, sino de un modo
específico de pensamiento socialmente cristalizado, cuya especificidad,
desde el punto de vista lógico, es la absolutización y fetichización de
la lógica formal, la negación radical del historicismo concreto a favor
de las más diversas formas de historicismo abstracto, que sustituyen la
unidad de lo histórico y lo lógico –la investigación de la lógica del
desarrollo, el cambio, la metamorfosis– por la clasificación, la
tipología y la cronología, en esencia suprahistóricas, de los hechos y
los avatares del devenir social; el parasitismo escolástico sobre las
conquistas del pensamiento anterior, la traducción al lenguaje
doctrinario de toda suerte de rutinas y politiquerías; la adoración de
la forma externa o, lo que es lo mismo, la solución puramente formal de
las contradicciones; el detallismo insulso, la pasión por el comentario
que nada agrega sino páginas a los libros, la recopilación pedantesca y
el amontonamiento de puntos de vista diferentes; la profesionalización,
en fin, del arte de enjambrar paralogismos y enfundarlos en la
terminología de la dialéctica hegeliana y la concepción materialista de
la historia.
Está
en crisis el marxismo apologético que, de espaldas a la realidad,
arrojando velos y limando asperezas, supone un deber moral ante el
proletariado componer mitos filosóficos y económicos acerca del
advenimiento paulatino del reino celestial sobre la tierra.
Está
en crisis el marxismo exegético –o bien hermenéutico–, esa suerte de
mediador apostólico entre la verdad revelada y los no iniciados, que ve
su tarea en proporcionar el aprendizaje y llevar la luz de la ciencia a
los profanos mediante abecedarios, vademécumes y ensayos popularizadores
en los que se recortan y conjugan frases de las obras de Marx, Engels y
Lenin, descontextualizadas e insufladas de vida propia. Es el marxismo
cuyo recurso supremo es la apelación a la autoridad, la celebración de
concilios periódicos con el objetivo de canonizar frases, otorgarles la
forma de auctoritas
medievales, de imperativos categóricos incuestionables de la conciencia
científicas y la lucha por la emancipación de la clase obrera.
Está
en crisis el marxismo de las citas, el modo de teorizar que en una cita
de los clásicos ve un eslabón de la demostración, una premisa del
silogismo e, incluso, la propia conclusión, a la que habrá de
encontrársele premisas.
El
marxismo que hurga en las obras de los clásicos como en un cofre de
piratas, en busca de definiciones o, más exactamente, transformando en
definiciones expresiones aisladas, sin preocuparse apenas de que
satisfagan las más elementales exigencias de la propia lógica que se
absolutiza, la lógica formal, convierte el proceso investigativo en este
encontrar, recortar, sublimar definiciones y ve en ellas el fin teórico
alcanzado.
El
marxismo que, desde este punto de vista, vuelve los ojos a la cultura
espiritual de la humanidad en busca de confirmaciones para los esquemas
adoptados, hace pasar por el purgatorio de su propio escolasticismo a
todos los pensadores del pasado y fabula una historia cronológica de
“acercamiento progresivo” a la verdad postulada.
El
marxismo ecléctico que, temeroso de la acusación de sectarismo y
unilateralidad, se deleita con aquello de los “meollos racionales” de
cada doctrina y de dedica a coleccionarlos.
El
marxismo cuantitativo que toma conciencia de sí mismo como un proceso
lisamente evolutivo y se da golpes en el pecho con cada grano de arena u
hoja de árbol que logra incorporar a su volumen, que agrega el punto de
vista catorce sobre una cuestión dada a los trece anteriores “con
derecho a la existencia”, añade una nueva tipología “con cierto valor
heurístico” a la profusión de ellas, un nuevo “rasgo”, “característica”,
“principio”, “nivel de análisis”, “enfoque” o “género” a la
multiplicidad agobiante que el desdichado aprendiz habrá de memorizar
con larga aplicación.
El
marxismo que, ávido de tales “puntos de crecimiento” de la teoría,
busca un concepto detrás de cada término y, a cada vuelta de página,
convierte en categoría una palabreja o una expresión figurada.
El marxismo del abracadabra que supone una vergüenza no tener para todo una respuesta hecha o esbozada.
El
marxismo especulativo que delega el sudor de la investigación empírica a
naturalistas y sociólogos “limitados”, “circunscritos a una u otra
esfera de la realidad”; o bien su compañero de armas, el marxismo
empirista que cae de bruces sobre los hechos sin arte ni método.
El
marxismo que, pese a todo tipo de salvedades, objeciones y reclamos,
sigue requiriendo el antediluviano pedestal de la Ciencia de las
Ciencias, el monopolio de “lo universal” en todas sus variantes –como
universal cósmico o universal humano– y que, insuflado de semejantes
ánimos, sustituye la batalla terrenal por el augusto punto de vista de
lo general, y las vicisitudes temporales, por la majestad beatífica de
la eternidad, incluidas las leyes mundiales y sus categorías suficientes
para todo, todos y cada uno.
El
marxismo que, una vez canonizado el reino de “lo universal” en la forma
de una preceptística infalible, se convierte en una actividad
ejemplificante (“singularizante”) a través de los dominios de la física,
la biología, las ciencias sociales; actividad para la cual lo alto y lo
bajo son contrarios dialécticos y la revolución proletaria en cualquier
isla perdida en el Pacífico supone necesariamente en sus inicios una
dualidad de poderes.
El
marxismo trinitario, que acuchilla el cuerpo vivo de la teoría clásica e
imagina desarrollarla por secciones con “relativa independencia”: la
Filosofía, la Economía Política y el Comunismo Científico; secciones
cuyos representantes, a la manera de los habitantes de los feudos
medievales, apenas conocen las faenas que realizan sus vecinos y sólo
muy esporádicamente intercambian mensajeros y algún que otro mercader de
baratijas teóricas, con el objetivo, largamente estratégico, de
realizar una gran síntesis –una especie de “desacuchillamiento” a un
nivel superior– que devenga una macroteoría (o reino) robusta.
El
marxismo que encuentra su expresión más acabada en las aulas
universitarias, donde el cadáver de la concepción científica del mundo,
entrelazado con una profesa variedad de concepciones ajenas u hostiles a
él, se ofrece en bandeja de plata al estudiante que habrá de memorizar,
codificar, reproducir y ejemplificar hasta el hartazgo. En esta fase
funeral no queda ya en la historia sistema o concepción a la que no se
le haya escamoteado un problema, término o idea, no quedan puntos de
vista opuestos que no se hayan fundido en un abrazo, ni categoría
aristotélica o hegeliana que no haya viajado al cosmos, participado en
torneos de boxeo y habladurías de carnicería, y sido ilustrada con
artículos popularizadores de ciencias naturales o pasajes de novelones
brasileños.
No
se trata, simplemente, de un pseudomarxismo, de un marxismo ilusorio,
falso o apócrifo, sino de una forma real de movimiento de la fuerza
espiritual más potente, multiforme, omnímoda y avasalladora de nuestra
época; un momento específico de su circulación social, de su trastrueque
en el mundo de las ideas, de su realización como móvil, ideal diverso
de millones de individuos, grupos sociales y partidos políticos, un
resultado unilateral de la larga cadena de metamorfosis materiales y
espirituales en la odisea de la producción social contemporánea que
devino forma dominante de la totalidad, guía, índice, marcador de pasos,
aglutinante y censor.
Que
esta forma de la teoría haya ido cediendo paulatinamente sus posesiones
y prerrogativas y se encuentre hoy en franca bancarrota, no resulta
arisco a la representación educada en la fe en las potencialidades de la
razón y la dignidad del ser humano. Mucho más difícil resulta explicar
el testarudo hecho de que este modelo vulgar del marxismo haya
“funcionado” históricamente, haya cristalizado en la sociedad como
resorte ideal o bien paralizante de la actividad de los más diversos
grupos de hombres y en las más diversas esferas de la vida social.
Esclarecer las causas de tamaño retruécano epocal es motivo para empeños
mucho más graves.
Tal
es, en su esqueleto lógico más abstracto, la versión del marxismo
teórico que ha provocado más de una sonrisa o gesto despreciativo o
caritativo en pensadores con un mínimo de cultura histórica y que, por
decenios, ha constituido un objeto de crítica fácil (concebida, por lo
general, como crítica al marxismo clásico o, simplemente, al “marxismo”)
para los intelectuales asalariados por el capital, dedicados a hacer
pasar la propiedad privada capitalista por un valor universal y una
forma eviterna de organización de la vida social.
Algún
arrepentido intentará borrar de un manotazo todo el marxismo
posclásico, y se las ingeniará para demostrar que, “por sus límites
naturales y sociales”, el marxismo clásico resulta incapaz de dar cuenta
de las postrimerías “posindustriales” y “posmodernas” de nuestro siglo.
No quedaría otro remedio que superar (Aufheben)
a Marx: su mundo u “objeto de estudio” habría sido “otro”, su
diagnóstico social habría sido el diagnóstico de “otra sociedad”, las
soluciones que propuso habrían sido soluciones a “otros problemas”.
¿Se
ha parado a pensar este crítico de oportunidad en las condiciones de
validez del marxismo, es decir, en su capacidad o incapacidad para que
la realidad del mundo contemporáneo “tienda”, según la conocida
expresión, hacia sus formas de pensamiento, hacia sus categorías y
conceptos?
La
doctrina de Marx es la expresión teórica del antagonismo entre los
hombres en las condiciones de la compraventa universal de la fuerza de
trabajo y de la gestación de las premisas para su negación
revolucionaria. ¿Perdura la sumisión de la sociedad y los individuos a
las leyes “ciegas” de la producción de plusvalía, a las leyes inmanentes
de la ganancia capitalista que rebaja permanentemente la voluntad al
estatus de instrumento? ¿Subordina la astucia de la “razón capitalista”
la libertad colectiva e individual de los hombres que con su actividad
productiva configuran su cuerpo objetivado? ¿Impera en este mundo un
valor –el capital– que supedita a sí, aplasta o prostituye los restantes
valores? ¿Son o no las relaciones humanas y los propios individuos
simples cosas que empuja a su antojo el viento de la ganancia
capitalista? ¿Siguen o no las cosas apropiándose de la personalidad
humana? ¿Han sido suprimidas, con la evolución histórica, las relaciones
sociales basadas en la compraventa de la fuerza de trabajo? ¿Vivimos en
un mundo diferente del de la gran propiedad privada capitalista? ¿Ha
cambiado la orientación fundamental del régimen de propiedad privada
hacia la centralización del capital y el poder? ¿No están ya los seres
humanos categorizados objetivamente en burgueses y asalariados? ¿Ha
dejado de ser el Estado capitalista una maquinaria organizada para
imponer la voluntad violenta de la burguesía sobre las restantes clases
sociales? ¿No es ya la “igualdad de los hombres ante la ley” el grito de
combate por excelencia de la burguesía, y el derecho, la forma
universal institucionalizada de sometimiento de la voluntad de los
individuos a los designios de la producción de plusvalía? ¿No sigue la
política burguesa subordinando a su antojo todas las formas de
conciencia, todos los valores humanos, todo el cuerpo universal de la
cultura? ¿Es este o no el mundo de la polarización extrema de la riqueza
y la pobreza? ¿Es o no la contradicción entre el capital y el trabajo
el pulso vivo de nuestra época? ¿Permanece o no en la sociedad de
nuestros días el imperio del pasado sobre el presente, del trabajo
muerto sobre el trabajo vivo? ¿Hemos llegado al fin de la historia o
vive aún la historia grávida de su negación? ¿Se mantiene en pie el
ideal de una asociación de productores libres en la que el libre
desarrollo de cada individuo constituya una condición para el desarrollo
libre de toda la sociedad? ¿Puede, en fin, el mundo de la propiedad
privada capitalista resolver, sin negarse a sí mismo, el torrente de
contradicciones destructivas para la civilización que dimana de sus
entrañas?
La
superación, en sentido estricto, del pensamiento de Marx, estaría a la
orden del día para la ciencia social si la realidad que constituye su
objeto hubiera roto ya sus marcos, si las contradicciones fundamentales
del sistema de relaciones sociales que sometió a crítica hubieran sido
solucionadas por la propia historia y otras contradicciones ocuparan su
lugar. Es cierto que la vida de esta realidad es la de la metamorfosis
permanente de sus propios fundamentos y de todas sus formas concretas de
existencia y que, por consiguiente, constituye un imperativo el estudio
científico de las nuevas categorías económicas, política e ideológicas
que han cristalizado con estas metamorfosis y que confieren al modo de
producción material y espiritual capitalista una configuración diferente
de la que adoptaba en la etapa de la libre concurrencia e, incluso, en
la primera fase del capitalismo monopolista. Pero su sustancia sigue
siendo la esclavitud asalariada, la propiedad capitalista sobre los
medios fundamentales de producción y la disociación de los productores
de sus propias condiciones de
existencia, de los medios de producción, de los resultados del trabajo,
incluido el conjunto de relaciones, instituciones sociales y formas de
conciencia, y su consecuente conversión en fuerzas hostiles que
obstaculizan el desarrollo libre de la humanidad. Es cierto, asimismo,
que no son eternas las categorías del marxismo: emanadas del estudio del
antagonismo universal entre los seres humanos, la historia habrá de
superarlas al superarse a sí misma, al superar a escala histórica
mundial el imperio de la propiedad privada y la plusvalía sobre todas
las relaciones sociales. Pero en tanto perdure este imperio, la ciencia
social se verá obligada a volver una y otra vez al autor de El Capital y los Fundamentos de la crítica de la economía política,
se verá compelida a pensar con sus categorías, en tanto categorías
objetivas de la realidad capitalista, y a erigirse sobre los fundamentos
teóricos y metodológicos por él echados. Compelida y obligada, no en la
forma propia del marxismo vulgar, a saber, copiando la forma externa
del discurso, entresacando frases y conceptos y trasplantándolos con
soberana ligereza a la explicación de realidades anteriormente inéditas;
sino a través del estudio concreto, en primer término, empírico, de
estas realidades en los marcos de una formación social que permanece
sustancialmente invariable en, y a través, de sus metamorfosis
históricas.
El
marxismo de la creación viva, la crítica teórica y práctica creadora
del modo de producción material y espiritual capitalista –siempre una
tierra incógnita y un hueso infrangible para sabuesos y roedores de toda
laya–, sobrevive y sobrevivirá al derrumbe del “socialismo” en la luna
mientras la fuerza de trabajo sea una mercancía y las relaciones
sociales vivan enajenadas de sus propios productores.
Fuente: http://www.revolucionomuerte.org/index.php/especiales/2924-que-marxismo-esta-en-crisis
No hay comentarios:
Publicar un comentario