miércoles, 18 de junio de 2014

George Yúdice: Usos de la cultura en la era global

"El problema es que los grandes consorcios que dominan en la esfera de las industrias culturales crean su propia versión de la diversidad cultural, que incluye a ciertos artistas del tercer mundo, por ejemplo en la World Music, pero que no son un reflejo fiel de la verdadera diversidad que existe en el mundo."


George Yúdice es profesor titular del American Studies Program y del Departamento de Español y Portugués de la New York University. Es director del Privatization of Culture Project, un centro de investigación de políticas culturales, también en la (NYU); y director del Centro de Estudios Latinoamericanos y del Caribe. Es uno de los principales teóricos mundiales sobre la industria cultural, y una referencia imprescindible en los estudios culturales sobre América Latina.
En esta entrevista habla de los usos de la cultura en la era global: de cómo la cultura se ha integrado en el aparato productivo como recurso del crecimiento económico (las industrias culturales) y de resolución de conflictos sociales, y hasta como fuente de empleos. Y de cómo los grandes consorcios que dominan en la esfera de las industrias culturales crean su
propia versión de la diversidad cultural.
Entre muchos otros temas, responde sobre el fenómeno de las fábricas recuperadas y autogestionadas en la Argentina y por qué organizaciones de países desarrollados toman este fenómeno desde el punto de vista de la experiencia estética: con las prácticas culturales críticas que esos fenómenos fomentan en el tercer mundo hacen documentales, libros, etc., para mostrar en sus países. "Es absurdo que se 'romantice' una producción casi del siglo XIX cuando los que romantizan eso viven en países de producción intelectual de siglo XXI. Mi crítica es a los romantizadores, no a los obreros que han encontrado una salida digna en estas fábricas."


Por Alejandro Piscitelli y Verónica Castro
—En su libro El recurso de la cultura: usos de la cultura en la era global (2002), Ud. insiste en la idea de que la cultura se ha integrado en el aparato productivo y ha dejado de ser algo trascendente (tesis muy bien elaborada por Scott Lash en Economía de signos y espacio). Entonces, ¿por qué los movimientos antiglobalización siguen desesperadamente aferrados a la diferencia cultural y a la defensa de lo autóctono?
—El problema es que los grandes consorcios que dominan en la esfera de las industrias culturales crean su propia versión de la diversidad cultural, que incluye a ciertos artistas del tercer mundo, por ejemplo en la World Music, pero que no son un reflejo fiel de la verdadera diversidad que existe en el mundo. Más bien se permite cierto grado de diversidad para los gustos metropolitanos. De ahí que un argentino conozca a ciertos músicos africanos o tailandeses, pasados por el tamiz de Paul Simon o David Byrne o Peter Gabriel –y viceversa– mediante este embalaje de la diversidad. Pero lo importante es que los artistas y otros involucrados en el mundo cultural local tengan la posibilidad tanto de promover sus propios gustos locales, y no sólo en su vecindad sino alrededor del mundo. Esto es muy difícil en las circunstancias actuales, en el régimen de distribución que han armado los grandes consorcios globales. La defensa de lo autóctono no es necesariamente una defensa del folclorismo local sino de los criterios de selección de todo lo que existe en el mundo. Se puede ser totalmente cosmopolita a partir de criterios localistas. Es esto lo que nos enseñaron los brasileños, desde el Manifiesto Antropofágico de Oswald de Andrade (1928), pasando por los tropicalistas de fines de los 60 (Caetano Veloso, Gilberto Gil), que introdujeron la guitarra eléctrica en la música popular brasileña, hasta los funkeiros, raperos y fusionistas de hoy en día que no imitan sino que operan una selección creativa de lo que les llega para luego lanzar nuevas creaciones, como en el caso de Fernanda Abreu, Chico Science o Lenine. Creo que es anticuado pensar que la única opción es entre lo global y lo local, pero ello no quita que se quiera ser global desde la localidad.


—¿A qué se refiere usted cuando insiste en que el retroceso en la financiación pública de la cultura ha dado paso a un espíritu emprendedor?
—Ser emprendedor no es lo mismo que seguir la lógica mercantil. Ser emprendedor es buscar oportunidades, innovarlas y crearlas. El retroceso de la financiación pública no crea “emprendedorismo” necesariamente. Esa es una manera negativa de entender el activismo cultural. Más bien, ese activismo se da cuando el gremio se da cuenta de que el Estado y el sector de las grandes empresas no son los únicos financiadores. También se puede potenciar la sociedad civil, y de hecho, una combinación de colaboración de la sociedad civil y la pequeña empresa. Pero, aun en esos casos, el Estado cumple un papel importantísimo que no se debe identificar ni con el proteccionismo ni con el neoliberalismo. No se trata de un retroceso del sector público, sino de un cambio en su hacer: pasa de ser el ogro filantrópico a un facilitador que incentiva, que regula, y que en colaboración con los otros sectores orquesta la cosa pública. Eso NO ES lo que se hace en el neoliberalismo, en el que sólo se promueve la opción del gran mercado. Lo que se pide al Estado en la nueva democracia es que deje de ser paternalista y que colabore con el potenciamiento de la ciudadanía, que incluye a las pequeñas y medianas empresas, amenazadas por el neoliberalismo y sus dispositivos, como por ejemplo las políticas de los tratados de libre comercio, de la Organización Mundial del Comercio y de la Organización Mundial de la Propiedad Intelectual.


—En la Argentina proliferan los emprendimientos asociativos de base solidaria, redes y cooperativas que surgen a partir de los problemas ocasionados por la crisis económica nacional. Entre ellas las organizaciones que han logrado recuperar fábricas quebradas o desactivadas. Muchas de estas organizaciones reciben ayuda y subsidios de entidades de países desarrollados. A su vez estas organizaciones extranjeras toman el fenómeno desde el punto de vista de la experiencia estética y las prácticas culturales críticas que aquí se fomentan, y hacen documentales, libros, etc., para mostrar y vender en sus países. ¿Qué opina de este fenómeno?¿Cómo explicarlo desde el punto de vista de lo que Ud. plantea como la cultura en la era global?
—Existe un deseo revolucionario en el llamado primer mundo que muy difícilmente tenga éxito allí, acaso con la excepción del autonomismo italiano. Y de hecho, son autonomistas como Negri y Virno quienes han generado una teoría que prioriza la autogestión posmoderna. De ahí que se interesen tanto por las fábricas tomadas y autogestionadas. Ahora bien, y a pesar de que no soy un experto en la materia, no me parece que estas fábricas tomadas estén produciendo de una manera competitiva en un mercado irremediablemente globalizado. Pero acaso no importe, si hay un lugar para el abastecimiento de ciertas manufacturas primarias en el contexto nacional, que no vayan a entrar en gran competencia con los productos de los grandes consorcios globales. Lo más importante es que proporcionan empleo, y la dignidad que viene de ganarse la vida, sobre todo en colaboración con sus compañeros.
Lo ridículo es que esta escala de producción pueda convertirse en modelo para el desarrollo, incluso el desarrollo en escala menor. Hoy en día no son las manufacturas lo que permite que un país pueda competir con otros, sino la generación de propiedad intelectual, y según estudios recientes, la Argentina, como TODOS los otros países latinoamericanos, está penosamente atrasada. Se necesita mayor inversión en educación efectiva PARA TODOS y a todos los niveles, y mayor inversión en ciencia y tecnología.
Claro que se tiene que crear un régimen de intercambio de derechos de propiedad intelectual distinto del actual, que penaliza a los países que todavía se valen de copyrights, patentes y secretos industriales registrados en otros países. Pero como muchos estudiosos han señalado, cuando los EE.UU. comenzaron a industrializarse copiaron patentes europeas sin pagar un centavo por ellas. Igualmente Corea del Sur y Taiwán, en décadas más recientes. El fortalecimiento del régimen de derechos de propiedad intelectual es beneficioso para los países que ya se han desarrollado en este campo, pero no para los países en vías de desarrollo.
También es absurdo que se “romantice” una producción casi del siglo XIX cuando los que romantizan eso viven en países de producción intelectual de siglo XXI. Mi crítica es a los romantizadores, no a los obreros que han encontrado una salida digna en estas fábricas. En una economía sustentable debe haber varias escalas, que incluyen la fábrica autogestionada (opción infinitamente mejor que la maquiladora), y diversas formas de economía informal, que permiten que los ciudadanos no sólo sobrevivan sino que en esa “informalidad” reproduzcan y circulen su cultura (venta de CD en ferias y conciertos).


—En una oportunidad Ud. cuestionó duramente al proyecto de Krzysztof Wodiczko en inSITE, que proyectó el rostro de maquiladoras mexicanas denunciando a sus esposos y patrones en el Centro Cultural Tijuana. Desde allí denunciaron al dueño de la maquiladora y los abusos de sus esposos. Ese fue un claro caso de explotación emocional de gente común para potenciar productos artísticos. Cuando el marido de Noami Klein y ella misma hacen turismo piquetero caen en la misma falacia. ¿Cómo es posible que gente talentosa y creativa caiga en estos abismos éticos?
—Creo que mi respuesta a la pregunta previa es válida para esta. Cuando la “revolución” no se da en el primer mundo, se espera que surja del tercero. Desde luego, es verdad que el norte tiene al sur atado de pies y manos, pero no sólo por eso es tan penosa la situación en América Latina. La política está en bancarrota, aun en países como Brasil o México donde hace pocos años se esperaba una verdadera reforma.


—Hace un tiempo Ud. dio una conferencia en Brasil ilustrándola con un video de Donna Haraway. Contrariando sus expectativas, los brasileños en vez de reírse frente a los juegos de lenguaje de Haraway se escandalizaron. Este ejemplo, como muchos otros, lo llevó a usted a poner en duda la convicción de que la crítica es un acto político. ¿Puede contarnos más al respecto?
—Bueno, no es que no crea que la crítica no sea un acto político. Al contrario, creo firmemente en la crítica, ¡que me parece demasiado escasa! Más bien me refería a la manera en que Haraway hacía crítica. Si bien es verdad que hay mucho racismo y sexismo en los EE.UU., sobre todo respecto de minorías afrodescendientes y latinas, el modus operandi de Haraway era una ironía que sólo podría conducir a una mayor polarización, como efectivamente ha ocurrido. Como explico en mi libro, hay una complicidad entre Haraway y su público, de manera que lo que dice ella –que los norteamericanos son racistas, sexistas, homófobos, etc.– no parece implicar a su público sino a “los otros”, al enemigo fantaseado, si bien real, como en el caso de Jesse Helms y compañía. Cuando digo “fantaseado” me refiero al modus operandi de convertir al otro en demonizado, blanco de desprecio, etc. Es ese maniqueísmo que nutre la política irónica de Haraway, y que a la larga no es una estrategia efectiva. Desde luego, en EE.UU. no parece haber una estrategia efectiva para una sociedad más justa. O todo cae en el consumismo mediático, o en la pequeña franja de “izquierdistas culturosos” (mi etiqueta para Haraway y congéneres), o en esa masa enorme de desinformados que no tenían idea de si debían votar por Bush o por Kerry, y cuyos criterios eran defender la patria contra el terrorismo, aspirar a un mejor plan de salud y de seguro de desempleo, etcétera. Casi ninguna reflexión acerca de cómo las acciones estadounidenses afectan al resto del mundo.


—¿Por qué insiste usted en que no hay gran diferencia entre lo que es la subversión performativa y lo que representa la moda en el capitalismo?
—Creo que me estoy refiriendo a una pequeña franja estadounidense, de “izquierdistas culturosos”, la mayoría instalados en la academia o en el mundo de las artes, y para quienes la política es “performar” lo anormativo o antinormativo, en términos de género, sexualidad, identidad racial, etcétera. Ante las presiones para que uno se identifique como un ciudadano heterosexual, blanco, anglodescendiente, de clase media, los “izquierdistas culturosos” cultivan la desidentificación o alternativas antinormativas. De esto se han escrito centenares de libros como Gender Trouble, de Judith Butler. Todo esto me parece bien y necesario: que se critique la normatividad. Pero una política tiene que ir más allá del rechazo y la ironía, y ser propositiva. Es ahí donde hay una enorme carencia. Razón por la cual algunos encuentran su utopía en los movimientos del sur y los tildan de “multitud,” a la usanza de Hardt y Negri o Virno.
Como ves, no es exactamente lo mismo que la moda en el capitalismo, sino una reacción ante una sociedad sumamente enajenante. Esto sólo podría verse como moda al tener en cuenta el sinnúmero de libros académicos que repiten lo mismo ad náuseam.


—En una entrevista con Carlos Guerra usted coincidía en que la cultura debe ser un agente de cambios sociales, porque se ha convertido en una forma de productividad dentro de los parámetros neoliberales. ¿Qué queda de las nociones de alternativo, de combativo, de resistencia que caracterizaron las concepciones tradicionales de la política anticapitalista?
—Yo creo que deben potenciarse energías locales y es en este sentido que la cultura –pongamos por ejemplo la producción de música, incluso de música relacionada con proyectos de justicia social, como en el caso de Afro Reggae o Carlinhos Brown en el Brasil– contribuye a que una sociedad dialogue consigo misma, que abra espacios de diálogo y crítica, pero que además tenga efectos como el de crear empleo, construir sistemas de drenaje en villas miseria, etcétera. Antaño la crítica se hacía en los medios escritos y los protagonistas eran casi exclusivamente los intelectuales. Pues bien, han surgido otros actores que hacen su gestión en música, video, y otras expresiones, pero no exclusivamente en ese medio sino en relación con otros actores: periodistas, actores de ONG, el sector privado, la cooperación internacional, etc. Las energías de estos actores no se agotan en el anticapitalismo sino que se extienden a la apertura y creación de espacios de potenciamiento. En este sentido, se trata de algo distinto a lo teorizado por Hardt y Negri.


—¿Cómo se manifiesta la cultura en internet? Desde el punto de vista de la cibercultura, ¿cómo clasificaría los grupos sociales –y su status– que se formaron en torno a ella?
—Yo no romantizaría la cultura en internet. Si bien en muchos casos internet sirve de vehículo para la organización de redes con agendas propositivas, también es verdad que en muchos países lo que más se encuentra en internet es una cultura de la pornografía. Y en todo caso, internet no es un medio en que el individuo se encuentra con una diversidad de perspectivas. Al contrario, los usuarios buscan en internet lo que les confirma lo que son, lo que satisface sus gustos, conformados de antemano. Tomá los blogs como ejemplo: ¿cuánta gente lee blogs que tienen perspectivas diferentes de las suyas?

Fecha: Agosto de 2005
Fuente: http://portal.educ.ar/noticias/entrevistas/george-yudice-usos-de-la-cultu.php

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