miércoles, 31 de julio de 2013

Ni tan calvo ni con dos pelucas. Maniqueísmo discursivo en Venezuela. Por Manuel Azuaje Reverón.


      Vivimos en la actualidad una situación de extemismos discursivos, que no siempre implican una práctica de ese tipo. No se trata de polarización en el sentido como lo ve la oposición tan escandalizada.

El maniqueísmo supone posturas inamovibles desde las cuales cualquier otra queda invalidada. Acá se trata de la obligación de asumir una postura extrema respecto a un tema en discusión, olvidando siempre la dialéctica de los procesos.

Esta situación con frecuencia no se traduce en una práctica radical, sino que tiene su escenario en el ámbito discursivo. Se observa con frecuencia em las redes sociales, pero también en los espacios de encuentro donde se plantea la discusión. 
 
     Asumir de manera inamovible una posición extrema en un marco polarizado supone la facilidad de no tener que pensar mucho. Funciona tal como los esquemas de aprendizaje, se simplifica la complejidad de las situaciones.

De ese modo, estos discursos suelen simplificar en extremo la realidad. Expondré un par de casos que surgen con mucha frecuencia:

Ha aparecido actualmente un discurso anti intelectual con diversos niveles de intensidad. Va desde los que consideran que los libros por sí solos no representan soluciones, que no deben ser considerados esquemas, ni pensados como modelos, hasta los más radicales que afirman permanentemente la invalidez de cualquier teoría, en algunas ocasiones incluso que no se debe leer, que la teoría daña cierta “pureza auténtica que hay en los sectores populares”.

El antagonismo de este discurso, que en general es su causa, es el intelectualismo de izquierda. Los académicos y teóricos marxistas, eruditos en la obra de otros pensadores, que consideran con frecuencia que sólo la teoría es la vía para orientar la revolución. Esos que critican siempre desde los modelos teóricos, que se acercan sólo a través de los libros a la realidad, “los que no salen de las bibliotecas”.

Pareciera que, en la discusión tal como se plantea, ser crítico de la primera posición supone asumir de inmediato la segunda, cuando no te viene impuesta la etiqueta por el interlocutor, de igual modo sucede al contrario. Frente a ambos urge poder afirmar que es la realidad el campo permanente de la práctica, y que cualquier teoría debe ser contrastada siempre con la práctica concreta. Pero también, que las teorías nos ayudan en muchos casos a iluminar oscuridades que en lo inmediato no se ven, la reflexión nos permite avanzar y consolidar.

El otro ejemplo de posiciones antitéticas se da en la discusión sobre la crítica, tanto sobre el papel de la misma como del lugar y momento en que se hace.

Por un lado, se agrupan aquellos que consideran que todo debe ser criticado y en cualquier momento. Los que cuando el gobierno comete un error se enganchan durante horas y son capaces hasta de pedir la renuncia de ministros y del propio presidente. Que dedican su tiempo en el twitter a comentar lo criticable, pero si se soluciona son capaces de no decir nada.

Por otro lado, se atrincheran los gobierneros, defensores de la ortodoxia y el silencio, aquellos que consideran que la crítica se debe hacer en “otro momento”, que parece no llega nunca, cuando no sucede que la criminalizan plenamente. Algunos que ven todo con buenos ojos y criticar es “darle armas a la derecha”

Frente a estas dos posiciones antagónicas y maniqueas, toca afirmar la complejidad del papel de la crítica, la necesidad de hacer una reflexión sobre el momento y función de la misma. Cuando se plantea una situación que se considera inadecuada es necesario superar ese antagonismo, dejar de pensar que se asume una posición o la otra.

La crítica es fundamental para motorizar los procesos, para profundizar los cambios y evitar el enquistamiento de sectores que impiden su profundización. Pero no debe olvidarse que la pura catarsis, el ejercicio crítico en espacios que no son fértiles para solucionar, no ayuda a profundizar, la derecha espera una pequeña veta por donde implosionar la unidad de las fuerzas revolucionarias.

En estas reflexiones no se intenta plantear un relativismo, más bien la cuestión consiste en asumir la complejidad de los procesos para no caer en posiciones reduccionistas. Es necesario construir posiciones desde las cuales se pueda superar ese antagonismo maniqueo, que sean dialécticas y respondan a una realidad que no es para nada simple.

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