Vivimos en la actualidad
una situación de extemismos discursivos, que no siempre implican una práctica
de ese tipo. No se trata de polarización en el sentido como lo ve la oposición
tan escandalizada.
El maniqueísmo supone
posturas inamovibles desde las cuales cualquier otra queda invalidada. Acá se
trata de la obligación de asumir una postura extrema respecto a un tema en
discusión, olvidando siempre la dialéctica de los procesos.
Esta situación con
frecuencia no se traduce en una práctica radical, sino que tiene su escenario
en el ámbito discursivo. Se observa con frecuencia em las redes sociales, pero
también en los espacios de encuentro donde se plantea la discusión.
Asumir de manera inamovible
una posición extrema en un marco polarizado supone la facilidad de no tener que
pensar mucho. Funciona tal como los esquemas de aprendizaje, se simplifica la
complejidad de las situaciones.
De ese modo, estos
discursos suelen simplificar en extremo la realidad. Expondré un par de casos
que surgen con mucha frecuencia:
Ha aparecido actualmente un
discurso anti intelectual con diversos niveles de intensidad. Va desde los que
consideran que los libros por sí solos no representan soluciones, que no deben
ser considerados esquemas, ni pensados como modelos, hasta los más radicales
que afirman permanentemente la invalidez de cualquier teoría, en algunas
ocasiones incluso que no se debe leer, que la teoría daña cierta “pureza
auténtica que hay en los sectores populares”.
El antagonismo de este
discurso, que en general es su causa, es el intelectualismo de izquierda. Los
académicos y teóricos marxistas, eruditos en la obra de otros pensadores, que
consideran con frecuencia que sólo la teoría es la vía para orientar la
revolución. Esos que critican siempre desde los modelos teóricos, que se
acercan sólo a través de los libros a la realidad, “los que no salen de las
bibliotecas”.
Pareciera que, en la
discusión tal como se plantea, ser crítico de la primera posición supone asumir
de inmediato la segunda, cuando no te viene impuesta la etiqueta por el
interlocutor, de igual modo sucede al contrario. Frente a ambos urge poder
afirmar que es la realidad el campo permanente de la práctica, y que cualquier
teoría debe ser contrastada siempre con la práctica concreta. Pero también, que
las teorías nos ayudan en muchos casos a iluminar oscuridades que en lo
inmediato no se ven, la reflexión nos permite avanzar y consolidar.
El otro ejemplo de
posiciones antitéticas se da en la discusión sobre la crítica, tanto sobre el
papel de la misma como del lugar y momento en que se hace.
Por un lado, se agrupan
aquellos que consideran que todo debe ser criticado y en cualquier momento. Los
que cuando el gobierno comete un error se enganchan durante horas y son capaces
hasta de pedir la renuncia de ministros y del propio presidente. Que dedican su
tiempo en el twitter a comentar lo criticable, pero si se soluciona son capaces
de no decir nada.
Por otro lado, se
atrincheran los gobierneros, defensores de la ortodoxia y el silencio, aquellos
que consideran que la crítica se debe hacer en “otro momento”, que parece no
llega nunca, cuando no sucede que la criminalizan plenamente. Algunos que ven
todo con buenos ojos y criticar es “darle armas a la derecha”
Frente a estas dos
posiciones antagónicas y maniqueas, toca afirmar la complejidad del papel de la
crítica, la necesidad de hacer una reflexión sobre el momento y función de la
misma. Cuando se plantea una situación que se considera inadecuada es necesario
superar ese antagonismo, dejar de pensar que se asume una posición o la otra.
La crítica es fundamental
para motorizar los procesos, para profundizar los cambios y evitar el
enquistamiento de sectores que impiden su profundización. Pero no debe
olvidarse que la pura catarsis, el ejercicio crítico en espacios que no son
fértiles para solucionar, no ayuda a profundizar, la derecha espera una pequeña
veta por donde implosionar la unidad de las fuerzas revolucionarias.
En estas reflexiones no se
intenta plantear un relativismo, más bien la cuestión consiste en asumir la
complejidad de los procesos para no caer en posiciones reduccionistas. Es
necesario construir posiciones desde las cuales se pueda superar ese
antagonismo maniqueo, que sean dialécticas y respondan a una realidad que no es
para nada simple.
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