martes, 12 de junio de 2012

Esteban Valenti

"Odio a los indiferentes también por esto: porque me fastidia su lloriqueo de eternos inocentes. Pido cuentas a cada uno de ellos: cómo han acometido la tarea que la vida les ha puesto y les pone diariamente, qué han hecho, y especialmente, qué no han hecho. Y me siento en el derecho de ser inexorable y en la obligación de no derrochar mi piedad, de no compartir con ellos mis lágrimas"Antonio Gramsci

La famosa frase de Antonio Gramsci sobre el optimismo y el pesimismo, fue, durante la historia de la izquierda, de las ideas socialistas y comunistas sufrió un profundo desbalance. Hemos siempre enfatizado el optimismo de la voluntad.

Es cierto que Grasmci definió al marxismo como la filosofía de la praxis y si recordamos las circunstancias de su vida, de su obra realizada mayormente en la cárcel fascista, esa visión optimista sobre el destino de las sociedades humanas, de la posibilidad de transformarlas a través del optimismo de la voluntad podría inducirnos a sobredimensionar solo una parte de su visión dialéctica.
Sigue siendo un error, no cualquier práctica, no cualquier visión del mundo, no un resultado determinado y preciso, sino la compleja relación dialéctica entre la acción y la comprensión de la realidad. No existe en Gramsci una visión determinista y voluntarista. En reiteradas ocasiones en sus Cuadernos de la cárcel menciona el pensamiento de Marx de que una sociedad no se plantea las tareas para las cuales no existen la condiciones objetivas para su solución, condiciones que a su vez deben ser educadas , no impuestas.

En última instancia, el pensamiento de Gramsci es abiertamente, históricamente, dialéctico. Su mayor énfasis a través de la totalidad de los Cuadernos es alrededor de una de las preocupaciones centrales y más antiguas en el pensamiento político, las relaciones entre dirigentes y dirigidos o gobernantes y gobernados, y cómo éstas se expresan a través de todo el tejido social, inclusive en esas esferas sociales menos sospechadas. El uso de la expresión pesimismo de la inteligencia, optimismo de la voluntad en su trabajo maduro expresa lo que leemos como una tensión dialéctica, realista y trágica que recorre su escritura carcelaria

En esta época de indiferencias planetarias y nacionales, cuando por delante tenemos enormes retos políticos, sociales, culturales y hasta humanos, es también bueno recordar la cita inicial de este artículo y darle el marco adecuado en la vida del gran sardo. Nunca fue un indiferente, ese nunca fue su refugio. La lectura de la situación nacional, del gobierno progresista y de izquierda, de las elecciones en el Frente Amplio cuyos resultados recién conoceremos dentro de varios días emulando con las tecnologías de la época de Gramsci - son un buen material para aplicarnos en esa tensión dialéctica, entre el optimismo y la inteligencia, la razón.

Los resultados que hemos obtenido en estos 7 años siempre los comparamos con el pasado reciente, con los anteriores gobiernos de las fuerzas de la derecha y del centro derecha y ganamos ampliamente. En las cosas fundamentales, las que tienen que ver con la creación y distribución de la riqueza, con la democratización de la sociedad y con los resultados de nuestra praxis.

Si la miramos en el largo derrotero de construir una sociedad más avanzada y libre, material y culturalmente hemos dado el primer paso, en la dirección correcta, pero hacia un horizonte muy lejano. Y nos cuesta asumirlo.

Para algunos, ese horizonte lejano al que le ponen nombre, no tiene una definición muy precisa, es un vaivén de voluntarismos sin base teórica, de frustraciones resueltas apretando los dientes políticamente y humanamente, de alianzas sin claridad y un refugio en personalidades que nos guíen por el laberinto de nuestras debilidades. No parece existir otras expectativas.

Hemos frenado la brutal caída nacional, la terrible crisis de la identidad y la confianza en nuestra propia viabilidad como nación, hemos aportado un potente impulso a un Proyecto Nacional en el marco de una América Latina que busca, desesperadamente busca su rumbo en un mundo a la deriva y en crisis. Hemos sentado las bases, propias intransferibles, pero tienen una debilidad muy peligrosa, política, ideológica y cultural. Y sin eso, hoy nada sería posible, y esa fue una profunda batalla cultural e ideal. Es la hegemonía democrática de un renovado optimismo nacional, frente a la ideología del fracaso y la resignación que nos imponía la derecha.

Pero, si quedamos aprisionados en la inmediatez de esos resultados, de esos avances, en la reacción frente a los que solo les exigen a los demás pero no cumplen, a los que patalean sus profundas carencias teóricas y de dirección con consignas de disputa interna o los que subestiman todos los días la necesidad de una gestión diferente, eficaz y con resultados como parte de la batalla cultural, y todos nos dedicamos a justificarnos, al final la historia nos absorberá.

Seremos parte de ellos, de los que hicieron de la justificación histórica de su poder la razón de su existencia. Nosotros nacimos como otra cosa, para cambiar cosas muy profundas y corremos el riesgo de que el mundo que vinimos a cambiar nos cambie a nosotros. No para hacernos más audaces, más inteligentes, más agudos, sino mejores explicadores. ¿Qué tenemos por delante? ¿El optimismo de que hemos dado algunos pasos para recuperar en una nueva época, la gran herramienta política de la participación, de la fraternidad en la diversidad, de la elaboración y la práctica? Obviamente me refiero al Frente Amplio a su profundo sentido de la unidad, a esa elaboración original de la izquierda uruguaya.

¿O es acaso la inteligencia la que nos impone el pesimismo de los equilibrios del poder, de los forcejeos sectoriales, de los apetitos individuales, de las sumisiones estatutarias como sucedáneo de la política y en definitiva de la paralización? Ahora con presidencia elegida y vicepresidencias compartidas.

La profundidad de las batallas ideales y culturales, sin las cuales los avances serán limitadas construcciones administrativas y legales depende de cuan robustas serán las fuerzas capaces de afrontar esas batallas. Si lo que se quiere en serio es discutir con toda la sociedad y sobre todo con las fuerzas sociales y culturales del cambio, nuevas etapas más audaces, más profundas, más estructurales para la izquierda, hay un solo camino, democratizar, abrir el Frente Amplio.

Si en el año 1971 las fuerzas que dieron nacimiento al FA hubieran privilegiado su propia capacidad de controlarlo, de ponerle corrales formales para que no se escapara de sus esquemas, de sus visiones, el FA nunca hubiera nacido. Es más,  los que privilegiaron su visión parcial, sectorial y profundamente equivocada sobre los caminos de la revolución no solo contribuyeron a su derrota, sino a la derrota general.

Si lo que prima es la imposición de ciertas posiciones por la fuerza de los estatutos, de los votos calificados, de la apariencia de una correlación de fuerza no avalada por la realidad social ni política, vamos bien, sigamos por aquí. Y aunque las mayorías puedan ser importantes, la unidad en la izquierda se basó en el respeto de las minorías y no en su sumisión.

Lo que no se puede es confundir el pensamiento de Gramsci para vestir ese santo, no por Gramsci y el rigor histórico, sino por la gente y la mínima sensibilidad popular y de izquierda.

Los problemas de gestión que afrontamos a nivel nacional, de Montevideo y de otros departamentos no son baches del camino, no son las frases comunes sobre la inexorable posibilidad de los errores, son derrotas, que sufrimos a manos de las fuerzas adversarias y del pasado, son debilidades en nuestra elaboración y en nuestros cuadros, son debilidades ideológicas e intelectuales que siempre se pagan.

Se terminó la época del revoleo de banderas y hace tiempo comenzó el tiempo del rigor, de la inteligencia, del estudio, de la elaboración, de la transformación, de la capacidad crítica. Se debería terminar el tiempo de tantas palabras y demasiadas explicaciones y florecer la capacidad de entender la realidad para cambiarla, que siempre es más difícil que administrarla.

Por habernos callado durante demasiados años, por haber dejado avanzar conceptos que son empobrecedores del pensamiento de izquierda y que liquidan toda perspectiva de seguir avanzando y nos dejan administrando, es que hoy afrontamos estas debilidades.

No se trata de sacarse las ganas, ni con la indiferencia, ni con las advertencias realizadas, sino de ir hasta el fondo con el optimismo de la voluntad y ni un milímetro detrás con el pesimismo de la inteligencia. De la inteligencia de izquierda, revolucionaria.

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