por Manuel Azuaje Reveron
Los pueblos cananeos y fenicios
serán influenciados por la visión unitaria del ser humano que poseían los
pueblos egipcios, conformando un conjunto de sistemas de valores desde el cual se
establecían los criterios para el tratamiento de la muerte y la trascendencia
posterior a ésta. Instauraban una visión desde la cual la carne y la esencia
vital se articulaban formando parte de una unidad viviente que es el ser
humano. La diferencias con los griego se ha de notar especialmente en el
procedimiento funerario, mientras que estos últimos daban toda una
preponderancia al alma denotando al cuerpo como una cárcel y procediendo a
quemarlo; los primeros trataban con sumo cuidado el cuerpo a través de métodos
de embalsamamiento, buscando conservar el cuerpo esperando la resurrección, el
cual es un mito egipcio.
Posteriormente, con el encuentro
entre el cristianismo y las culturas helénicas se producirá un sincretismo que
permite trasplantar momentos de la visión dualista junto al monismo que plantea
la resurrección. Luego, trazando una línea se visualiza la aparición del
pensamiento moderno que contará entre sus recursos con una antropología que
profundizará en el tema del dualismo, haciéndolo centro de la reflexión epistemológica.
El estudio crítico de este tema
resulta fundamental para el autor argentino-mexicano, éste considerará que
determina toda la visión ética y política que formarán esas civilizaciones y
por supuesto impactarán en los estudios y formaciones filosóficas en estos
ámbitos. Así, sostendrá que la antropología determina la ética y la política,
no es desestimable esta afirmación, ya que en los inicios del siglo XXI el
conjuntos de ideas que se debaten con respecto a lo político siguen pudiendo
ser reducidos a una cierta visión de la naturaleza humana, que no es sino
producto de esta concepción con respecto a la dualidad o unidad de la persona
viviente.
Por ello, en la actualidad, habiendo
investigado profundamente el desarrollo de las tradiciones antes mencionadas,
Dussel se dedicó a desarrollar la fundamentación de su Ética de la liberación en una concepción del ser humano como
totalidad viviente orgánica y racional, frente a las pretensiones de separar
ambos ámbitos planteando una pugna entre racionalidad e instinto se establece
una relación de doble determinación de ambos ámbitos, formándose la compleja
unidad que somos y que no puede ser dividida, este proceso consiste en una revisión
de la dimensión corporal en la que suceden los procesos autorregulados y
autorreferenciales de la vida ante los cuales se forma una básica y primaria
racionalidad material que funcionará como contenido de toda acción.
Siendo así, se planta la categoría
de corporalidad para poder describir y caracterizar esa unidad viviente que
somos, no restringiendo lo humano a lo meramente instintivo sino anclando los
procesos de racionalización en el carácter universal de los ya mencionados
procesos autorregulados, que no siendo particulares pueden servir de fundamento
material de lo ético y posteriormente de lo político. Somos una totalidad
viviente corporalizada que actúa desde lo racional y lo instintivo, partiendo
de una voluntad de vivir que moviliza todo lo humano.
Una visión de este tipo nos muestra
cómo una complejidad orgánica con necesidades inmediatas, permite complementar
y fundamentar materialmente las éticas discursivas formalistas que dándole un
papel ontológico al lenguaje como expresión de procesos de racionalización
niegan una dimensión donde se identifican las condiciones necesarias para
seguir viviendo. Pero, además, permite romper con las viejas justificaciones
políticas que partían de la visión dualista, tales como la esclavitud,
fundamentada en el no reconocimiento del otro como humanidad, haciendo reposar
ésta en un tipo específico de racionalidad. De igual modo, con una importancia
fundamental para nosotros los latinoamericanos y toda la periferia mundial, se
plantea la necesidad de integrar el tema de la pobreza, la miseria y la
exclusión en toda discusión ética, haciendo del reconocimiento del sufrimiento
del otro que es incapaz de satisfacer sus necesidades el tema primordial del discurso
ético en era de la globalización y la exclusión.
De igual modo, echando mano de la
ciencia se puede resolver el tema de la vieja justificación del sistema
opresivo que recurre a una dimensión de la naturaleza humana fundamentada en el
egoísmo. Esta visión se basa en la idea ya expresada de la existencia de una
pugna entre racionalidad e instinto, según la cual en el hombre siempre
imperará un instinto de supervivencia por encima de cualquier otro, haciendo lo
necesario para permanecer vivo, llegando pues a estar en un permanente estado
de conflictividad, hasta que se impone la racionalidad que negando esos
instintos permite aparecer el lenguaje, por medio del cual se llegará a un
pacto de “supervivencia”, el cual tiene implicaciones múltiples desde un
sistema abiertamente opresivo de tipo hobbesiano hasta un sistema parlamentario
basado en el “diálogo” del tipo de Locke. Ambas concepciones parten del
dualismo y fundamentan lo político exclusivamente en lo racional.
Ante esta visión es necesario
fundamentar la complejidad del ser humano viviente visto como una corporalidad,
como una totalidad donde se expresan en igual medida instinto y racionalidad.
Lo político solo es posible porque hay un instinto no hacia la guerra sino
hacia el reconocimiento de que somos parte de una misma especie que sobrevive únicamente
en comunidad, formamos parte genéticamente de una comunidad que ha estado viva
desde el origen de la misma vida en la tierra.
Es una pulsión inicial de solidaridad por medio de la cual se reconoce
al otro y se moviliza la voluntad de vivir que permite el surgimiento de la
racionalidad como segundo momento donde se articula lo material con lo formal
discursivo como formación del consenso.
Pero aparte de la discusión teórica
y académica necesaria de estos temas, que rompa la lógica de la dominación que
se nos impone mentalmente en las aulas y a través de los medios de difusión de
la ideología, es fundamental que la militancia y la ciudadanía toda se apropie
de esta concepción unitaria del ser humano, que empiece a visualizarlo de esta
manera en su comprensión cotidiana de los otros y de sí mismo, permitiendo que
podamos entre otras muchas cosas asimilar una dimensión orgánica de la
solidaridad como pulsión instintiva de reconocimiento del otro, desde la cual
se abre una alternativa para la transformación del sistema vigente desde la
formación de una nueva lógica de las relaciones humanas, que parta de la
creatividad colectiva que ha marcado el nacimiento de las nuevas épocas
históricas.
Así
como el sistema capitalista con su maquinaria ha logrado que sea parte del
discurso cotidiano la idea interesada de que somos simplemente destructivos y
egoístas, debemos impulsar que las personas asimilen masivamente una
comprensión de nuestras posibilidades de transformación partiendo de una
instinto de supervivencia, que surge de la experiencia de la miseria y la
pobreza con un reconocimiento solidario de la capacidad comunitaria de crear
nuevas condiciones donde se exprese más que nunca el bien común.
De
igual modo, partiendo de la categoría de corporalidad podemos impulsar nuevos
ámbitos de la discusión sobre el papel del cuerpo en los procesos
emancipatorios y la formación de una nueva conciencia, entablar un debate sobre
la sexualidad que parta de las visiones antropológicas y desmitificar el machismo
abriendo los espacios para una nueva experiencia sobre el erotismo y el placer.
Tomado de:
http://exterioridadyproximidad.blogspot.com/
No hay comentarios:
Publicar un comentario