Manuel Azuaje Reverón
En
los tiempos que corren y a lo largo de estos doce años de proceso no
son pocos los que han llegado a él con el único fin de sacar alguna
tajada, desde ganancias económicas hasta una parte del poder del Estado;
algunos se han aferrado durante años a un cargo, otros han pasado por
muchos y los hay quienes recién llegaron hace algunos años, habiendo
pasado los momentos duros refugiados en sus casas o hasta marchando para
la campiña.
Otros
son los que llenos de ilusiones, del espíritu revolucionario,
consiguieron algún puesto en las instituciones públicas y se han visto
abordados por ese desalentador ambiente en el cual la burocracia mella
las ganas de cambiarlo todo. Pasa que o se convierten en burócratas o se
desilusionan a tal punto que se les ve como van perdiendo la chispa que
caracterizó su espíritu inicial. Suelen ser una pérdida dolorosa para
la lucha. Pero también muchas veces se pueden desburocratizar,
recordándoles el sentido final de todo esto, o volviéndolos hacia ese
pueblo que en cada trinchera pelea día a día.
Vale
la pena de igual modo recordar a aquellos que siguen sosteniendo el
espíritu con el que llegaron y desde ahí batallan intensamente, sin
ellos ya esto seguramente hace tiempo se hubiera estancado de forma
definitiva. Son esos los que con humildad, coraje y fuerza se enfrentan a
ese espíritu de derechización que anda por ahí, muchas veces
personificado y coloquialmente, jodiendo.
Los
que he descrito primero suelen ser no solo altamente peligrosos, sino
que además le hacen el favor directo a la contrarevolución, ya que por
más que intenten aparentarlo sus acciones no van acompañadas del
espíritu necesario para llevar a cabo las transformaciones que hacen
falta. Por otro lado resultan bastante hábiles a la hora de asimilar el
discurso hasta a veces claramente radical que caracteriza a los sectores
que vienen luchando para profundizar el cambio.
Por
esta razón es necesario que podamos identificar a estos sujetos que se
apropian de las palabras y símbolos de la izquierda con el único fin de
poder satisfacer sus intereses particulares. Debemos entonces buscar un
elemento que deba estar presente en quien está comprometido seriamente.
Aquello que caracteriza el contenido de las actitudes de quien lleva una
praxis sincera es la sensibilidad social, sin ésta las palabras
resultan vacías y las acciones superficiales.
La
sensibilidad social debe ser la forma que envuelve el contenido de toda
acción revolucionaria, por más que se intente no hay manera de
fingirla, siempre se notará lo falso y sobreactuado de la misma. Su
ausencia se hace patente cuando en la intimidad, el círculo cerrado, o
en lugares donde no es necesario fingir, estos funcionarios muestran sus
actitudes racistas, clasistas, homofóbicas, machistas y otras del mismo
tipo, antivalores. En las instituciones que dirigen, en el trato
inmediato con los trabajadores se nota claramente cuál es el carácter
del compromiso de muchos de esos que en público y frente a las cámaras
se rasgan las vestiduras por el pueblo.
La
exposición de la sensibilidad como forma del contenido de toda acción
revolucionaria dirige el tema a la formación sociopolítica y
comunitaria. Una vez que está presente podemos hacer posible que el
sujeto de la transformación en los espacios comunitarios aprehenda las
herramientas teóricas, los instrumentos de interpretación necesarios
para darle una mayor capacidad a sus prácticas y a la lucha. Es ésta la
que permite que los miembros de las comunidades reconozcan la lógica y
estructura de la dominación, así como a sí mismos y a sus compañeros de
clase como objeto de la explotación. A través se reconoces en el otro a
la víctima del sistema, en todos sus niveles, político, económico,
cultural.
En
el caso contrario están quienes manejan la teoría, o aquellos que han
reconocido la falsedad del sistema de legitimación impuesto cultural,
ideológica y epistemológicamente por el capitalismo como un conjunto de
verdades incuestionables. Son aquellos, por ejemplo, a los cuales les
asalta la duda con respecto a lo que se ensaña en las universidades y
empiezan a formar un criterio crítico de esos sistemas teóricos y
verdades. A éstos debe orientárseles para que la crítica teórica se haga
crítica social, y aunque sea más complejo, será necesario formar esa
sensibilidad social que deberá derribar las barreras impuestas por los
antivalores actuales.
Es
por ello que la formación y actualización de la sensibilidad social es
esencial a la hora de generar conciencia revolucionaria, porque no hay
garantía de permanencia más que en su fortalecimiento continuo a través
del compromiso y cercanía con aquellos que padecen materialmente a
diario los embates de la burguesía. Se deben combatir todos los
antivalores que permanecen dentro de nosotros, y que se fomentan en
función de evitar la cohesión social y el reconocimiento orgánico del
sufrimiento del otro que lleva a activar la lucha.
Tomado de: http://exterioridadyproximidad.blogspot.com
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