domingo, 15 de abril de 2012

¿Eres cómplice de la homofobia de tu revolución?

Por Adrián Torres Marcano
Mario Benedetti decía que “de dos peligros debe cuidarse el hombre nuevo (agregaría la nueva subjetividad, más allá de cualquier universal): de la derecha cuando es diestra, de la izquierda cuando es siniestra”. De igual forma, hay que cuidarse de cualquier conservadurismo cuyo talante siempre es el mismo: esencialista, moralista, teológico, trascendente, excluyente y discriminador, por más que dé rodeos en lugares comunes o palaras vacías para insertarse en un discurso disociado realmente de una práctica emancipadora de los sujetos en sus relaciones concretas de existencia.
Desde cualquier lugar en el cual se sitúe, el conservadurismo, bien sea de la “derecha siniestra” o de una “izquierda diestra”, se alinea en favorecer tradiciones patriarcales y son adversos a los cambios políticos, sociales o económicos radicales y de las opciones sexuales, clasificando a los individuos en categorías universales como "homosexual", "heterosexual", "hombre" o "mujer", "transexualidad" o "travestismo". Con esto se asume una práctica discriminadora de la orientación sexual y de la identidad sexual o de género de los sujetos. La discriminación sexual, en tanto forma de esencialismo, propugna que los individuos pueden ser entendidos o juzgados basándose simplemente en las características del grupo al que pertenecen: en este caso, a su grupo sexual: masculino o femenino. Esto asume que todos los individuos “encajan” en la categoría de “masculinos” o “femeninos” y no tiene en cuenta a las personas intersexuales que nacen con características sexuales de ambos grupos. También asume características homogéneas para todos los varones del grupo “masculino” y todas las mujeres del “femenino”, sin tener en cuenta las enormes diferencias que puedan darse dentro de ellos. La sociedad no consta simplemente de diversos individuos (lo que sería una colección), sino de una multiplicidad de individuos en relaciones sociales, económicas, culturales, intercorpóreas, sexuales, etc.
 Si hay transformación social revolucionaria ésta no sólo lo es en la dimensión económica sino también en la dimensión cultural, atravesando la corporeidad de los individuos, la forma de asumirla, creando nuevos valores desde una perspectiva emancipadora tanto de la explotación material (económica) como del dominio corpóreo  (el cuerpo) e ideológico (cultural), generando un proceso –multidimensional– de liberación sobre la represión respecto a nuestra vida corpórea.
Asumirse revolucionario, insurgente o rebelde y alinearse desde el fundamentalismo conservador el cual discrimina al otro por su orientación sexual, sin ver que su reconocimiento es parte de la lucha por la emancipación de las ataduras culturales de la formación social capitalista del mundo burgués, es una estafa. De igual forma, es cuestionable aquel que desde una orientación sexual determinada que es disidente al modelo hegemónico patriarcal acepta la discriminación o reproduce  el esencialismo –desde su situación– constituyéndose en espacios cerrados y excluyentes de quienes no se identifican con una ilusoria “identidad última” o una “identidad idéntica”.
La unidad es en la diversidad y la multitud de relaciones y de subjetividades que pueden enmarcarse en luchas comunes desde su singularidad para así crear espacio en común. La lucha es contra una formación social depredadora de la vida, generada y sostenida por sujetos de carne y huesos, ubicados socialmente desde sus intereses, a partir de los cuales ejerce dominio y construyen consenso cultural y moral, haciendo del goce una banalidad, del cuerpo una mercancía para la venta y del trabajo un mecanismo de negación de lo humano.
Las transformaciones sociales, políticas y culturales son tales cuando logran trastocar, penetrar y abolir o superar concepciones de mundo que expresan formas de vivir, de relaciones entre los sujetos en una determinada sociedad. Si pasa todo lo contrario entonces es demagogia y ésta es engaño. El fascismo como ideología expresa prácticas concretas y habla del pueblo pero sin que los muchos gobiernen, o sea generar espacios de autodeterminación. Hacer una revolución sin cuestionar la hipócrita moralidad burguesa la cual expone modelos de los “bueno y malo” en las acciones y hasta en la forma de ser de los sujetos, ¿será revolución? Esta categoría se ha ido vaciando por las inconsistencias y banalizado cada vez más.
Cuando en VTV vemos programas como Cayendo y corriendo, La hojilla o escuchamos al canciller Nicolás Maduro situando la discusión con el antagónico político mediante la burla de quienes etiquetan de “floridos”, “maricones” o “mariconzones”, entre otros (des)calificativos, entonces me pregunto: ¿acaso lo necesario no es evidenciar el antagonismo político, social, cultural e histórico de los intereses de la burguesía? Wilhelm Reich (1980) en Materialismo Dialectico y Psicoanálisis explica la racionalidad burguesa en torno a la sexualidad de la siguiente forma:
La revolución burguesa del siglo XIX acabó en gran medida con el modo de producción feudal, y opuso ideas libertarias a la religión y a sus formas morales. Sin embargo, como ocurrió en Francia, el rompimiento con la moral religiosa se preparó desde el tiempo de la Revolución francesa. La burguesía parecía llevar en su seno los gérmenes de una moral que se oponía a la moral religiosa en general, y a la moral sexual en particular. Pero de la misma manera en que la burguesía se volvió reaccionaria después de consolidar su poder y el modo de producción capitalista volvió a aceptar la religión porque la necesitaba para mantenerle subyugado al proletariado que entre tanto se había desarrollado, así también aceptó, nuevamente la moral sexual de la iglesia, que, si bien bajo una forma algo diferente, es esencialmente igual. La condenación de la sexualidad, el matrimonio monógamo, la castidad de los adolescentes y con ella el desgarramiento de la sexualidad masculina revistieron entonces un nuevo contenido económico, un contenido capitalista. La burguesía que derribó al feudalismo y adquirió las costumbres y necesidades culturales de la vida feudal tenía que divorciarse también del “pueblo” a través de sus normas morales y de esta manera limitar cada vez más las necesidades sexuales (pp. 69-70).
Jugar con el imaginario conservador machista y exacerbarlo es promover prácticas fascistoides y androcéntricas que, como arriba se expuso, evidencia el talante burgués de tal actitud y una profunda incomprensión de las singularidades, sujetos de acción y lucha en la actualidad. ¡Esto no es un juego! Como dice La Polla Records en su canción Animal sin nombre: “…tú que te quejas de la represión, la vas creando a tu alrededor, cuando te ríes de un maricón, demuestras tu poquita clase”. La lucha por la emancipación humana es por la liberación en todas las dimensiones de la vida, incluyendo la sexual. En la sociedad capitalista, en los sectores subalternos, todas y todos somos explotados, vivimos una vida inhumana y sufrimos la discriminación bien sea por cuestiones de “raza”, “sexo” y/o “clase”. Así que no seamos cómplices de la exclusión, el fascismo encubierto, el androcentrismo y el moralismo reaccionario de la religión. Para finalizar comparto en extenso la letra de la canción de La Polla Records, para la reflexión de todas y todos:

Tu que presumes de ser liberal
Quiero proponerte algo
Ya que abres la boca contra la moral
Pregúntate si no eres gay
Si preguntarte te parece mal
Tú y yo sabemos lo que vales
Si te parece que es anormal
Gózate con tu saber

Y piérdete, y piérdete
Tú que te quejas de la represión
la vas creando a tu alrededor
cuando te ríes de un maricón
demuestras tu poquita clase

Lleno de teoría social
Pero te dejabas algo
Lo cogí algo que iba detrás
Era el sexo de tus revoluciones
Y estás muy mal, estás fatal
Disfruta, disfruta, disfruta tu cuerpo
Tu coco lo agradecerá
La Polla Records, Animal sin nombre

1 comentario:

  1. Muy bueno compa, es necesario reconstruir una concepción del sujeto y la subjetividad enmarcadas en una totalidad humana viviente corporalizada, romper con la dualidad metafísica mente-cuerpo que justifica la dominación de los cuerpos, la esclavitud.

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