Francisco FernándezBuey
Una lección de ética
Si
preguntáramos hoy a los jóvenes que se siguen sintiendomarxistas y
socialistas acerca de aquellas personas de la propia tradición enlas
cuales la ética y la política han ido más unidas, estoy seguro de que,
encualquier país del mundo, la respuesta sería la misma: Antonio Gramsci
yErnesto Che Guevara.
El
que desde experiencias y vivencias muy distintas haya hoyuna
coincidencia tan grande de opiniones, por encima incluso de las
diferenciasgeneracionales, se debe a algo que conviene subrayar por
obvio que sea: másallá de las diferencias culturales, lo que se aprecia y
se valora en Gramsci(como en Guevara) es la coherencia entre su decir y
su hacer. Por eso al cabode los años podamos seguir considerando a
ambos, con verdad, como ejemplo vivode aquellos ideales ético-políticos
por los que combatieron.
¿Qué
es lo que hace de Gramsci un personaje tanuniversalmente apreciado en
estos tiempos difíciles para el ideario comunista?Que siendo, como era,
un dirigente se entregó a la realización de la ideacomunista como uno
más, en el marco de un proyecto colectivo para el que lareforma moral e
intelectual pasa, entre otras cosas, por intentar hacer del“yo” un
“nosotros”.
Esto
suena a idealismo moral y trae a la memoria la fórmuladel imperativo
categórico kantiano. Conviene, por tanto, preguntarse en quésentido es
el de Gramsci un idealismo moral y en qué se diferencia su punto devista
marxista del kantiano.
El
proyecto de Gramsci se puede entender, desde nuestropresente, como un
continuado esfuerzo por hacer de la política comunista unaética de lo
colectivo.
Gramsci
no escribió ningún tratado de ética normativa. El noera un filósofo
académico ni un político corriente especialmente preocupado porla propia
imagen. Dedicó muy pocas páginas a aclarar su propio concepto de
laética. Como otros grandes filósofos de la praxis, habló y escribió
poco deética. Pero dió con su vida una lección de ética. Una lección de
ética de esasque quedan en la memoria de las gentes, de esas que acaban
metiéndose en losresortes psicológicos de las personas y que sirven para
configurar luego lascreencias colectivas. Que las ideas cuajen en
creencias, en el marco de unatradición crítica y con una identidad
alternativa a la del orden existente, quese prefigura ya en la sociedad
dividida: tal fue la aspiración de Gramsci desdejoven.
Al
hablar de la relación entre ética y política hay dosaspectos igualmente
interesantes sugeridos por la palabra escrita y por elhacer de Gramsci.
Uno de estos aspectos se plantea al preguntarnos acerca de laforma en
que él mismo vivió la relación entre política y moralidad. El otroasunto
interesante brota al preguntarse cómo reflexionó Gramsci acerca de
larelación entre el ámbito de la ética y el ámbito de la política y qué
propuso aeste respecto desde esa reflexión.
Pocas
veces se han tratado juntos estos dos aspectos en laya inmensa
literatura gramsciana. Creo que Aldo Tortorella acierta al afirmarque es
importante atender a las dos cosas (y suscitar una discusión sobre
elresultado de pensar las dos cosas a la vez). Por una razón tan
sustantiva comopráctica: para superar la distancia, e incluso la
separación, que se sueleproducir entre los estudios biográficos y los
estudios técnico-académicos quese centran en los conceptos básicos de
los Quaderni del carcere. Pues lasconsecuencias de dicha distancia
suelen ser: la afirmación, por una parte, dela coherencia ética de una
vida ejemplar, y la insatisfacción, de otra parte,ante la teorización
gramsciana de la relación entre ética y política porcomparación con
otros autores, académicos o no, contemporáneos suyos.
Cuando
se estudia paralalemente la lección personal de éticaen la vida de
Gramsci y su reflexión acerca de la relación entre ética ypolítica se
llega a la conclusión de que el legado gramsciano puede resumirseen tres
puntos: idealismo moral, primacía de la política entendida como éticade
lo colectivo y revisión historicista y realista del imperativo
categóricokantiano.
Idealismo moral
Piero
Gobetti, el gran humanista y liberal italiano, nos hadejado un retrato
del joven Gramsci en el que destaca su “fervor moral”, su“escepticismo
pesimista” y su “insaciable necesidad de ser sincero”. Ahí estála clave
para entender lo que fue el joven Gramsci. Quienes en aquellos años
leacusaban de voluntarismo y de idealismo no llegaron, sin embargo, a
captar ladiferencia que hay entre el idealismo de las “almas bellas” y
el idealismomoral revolucionario del pensador y hombre de acción que se
compromete en lapolítica colectiva. Esa diferencia se puede expresar,
muy sencillamente, conuna frase pronunciada por el gran científico y
moralista del siglo XX, AlbertEinstein, a propósito de Walter Rathenau:
“Ser
idealista cuandose vive en Babia no tiene ningún mérito. Lo tiene, en
cambio, y mucho, seguirsiéndolo cuando se ha conocido el hedor de este
mundo”.
El idealismo moral
positivo del joven Gramsci es del segundotipo, es el idealismo del
hombre que sabe que no vive en el país de lasmaravillas sino en un
“mundo grande y terrible”, que conoce el hedor de estemundo dividido, de
este mundo de las desigualdades, y que lucha por cambiarlo apesar del
pesimismo de la inteligencia. Ese es el idealismo moral quecorresponde a
una época histórica dominada por el nihilismo. Hace ya algunosaños el
crítico e historiador británico del arte, John Berger, nos proponía
unejercicio tan sugestivo como lo es el de atreverse a pensar un
marxismo trágicoen el que, por así decirlo, Marx se pone a leer
comprensivamente a Leopardi,sin por ello perder la pasión tranformadora
que en su día le llevó a escribirla onceava tesis sobre Feuerbach. Y no
es casual el que ahora el propio JohnBerger pueda dar ánimos al
subcomandante Marcos hablándole de Gramsci en unahermosa carta publicada
en “Le Monde Diplomatique”.
Un punto de vistaneomaquiaveliano
La
clave para entender la política como ética de locolectivo que Gramsci
practicó en su vida está en la doble comparación que haido estableciendo
en las notas de los Cuadernos de la cárcel entre filosofía dela praxis y
maquiavelismo, de un lado, e historicismo marxista e
imperativocategórico kantiano, de otro.
La
búsqueda de un equilibrio entre ética privada y éticapública (o sea,
entre ética y política como ética de lo colectivo) se lleva acabo en
Gramsci a través de una crítica paralela del maquiavelismo corriente
ydel marxismo vulgar. En ambos casos la degradación del punto de vista
original,de Maquiavelo y de Marx, consiste, por así decirlo, en la
confusión de la moralpolítica con la moral privada, de la política con
la ética.
La
gran contribución de Maquiavelo consiste, para Gramsci,en haber
distinguido analíticamente la política de la ética. Y en haberlo hechono
sólo, o no principalmente, en beneficio del Príncipe, sino en favor de
losde abajo. De ahí su republicanismo. Pero ¿supone esta distinción un
despreciode la ética? En absoluto. Esa derivación es consecuencia de una
mala lectura deMaquiavelo favorecida precisamente por los competidores
históricos delmaquiavelismo, empezando por los jesuitas. El uso actual
peyorativo, vulgar,pero interesado, de la palabra “maquiavelismo” reduce
la política a laimposición de la razón de estado con desprecio de todo
principio ético. PeroMaquiavelo no es el “maquiavelismo” vulgar o
inventado. En Maquiavelo no hayuna aniquilación de la moral por la
política, sino una distinción analítica,metodológica, entre moral y
política que no niega toda moral. En él se afirmala necesidad de otra
moral, de una moral distinta de la dominante,cristiano-confesional (que
es lo que hace impracticable la política laica).
Se
puede decir, en suma, que lo que Maquiavelo establece esuna relación
entre ética y política más próxima a la concepción de losantiguos, para
los cuales la política era también, como conocimiento y comopráctica,
más fundamental que la ética. Esto, que es obvio para todo lectorculto
de las obras de Aristóteles, queda olvidado o disfrazado en la
versiónvulgar, corriente, del maquiavelismo.
De
la misma manera que la distinción analítica,maquiaveliana, entre ética y
política (con la consiguiente denuncia de unaética, concreta,
históricamente determinada, que no permite desarrollarse a lapolítica
como “ética pública”) acabó dando lugar a la versión vulgar
delmaquiavelismo, así también la denuncia marxiana de la doble moral
burguesa, delos falsos deberes y de las obligaciones hipócritas (con la
consiguientepropuesta de una política revolucionaria, de una ética
pública laica) haacabado a veces en una confusión: de un lado el
politicismo (que se deslizadesde la negación de la universalidad de los
valores hacia el escepticismoético absoluto), y , de otro, la
politización de los viejos valorestradicionales del conformismo, en el
marco del propio partido político, con loque se tiende a situar a los
amigos políticos más allá de la justicia. Peroesto último es para
Gramsci característico de las sectas o de las mafias en lasque lo
particular (la amistad y la fraternidad propia del ámbito privado)
seeleva a universal y no se distingue entre el plano de la moral
individual y elplano del quehacer político, entre ética y política.Esta
parte de la reflexiónde Gramsci me parece interesantísima y de mucha
actualidad. Por varias razones.Desde el punto de vista historiográfico,
por lo que tiene de recuperación deMaquiavelo, de afirmación del
caracter “revolucionario” del “maquiavelismo”auténtico, frente a sus
críticos interesados. Desde el punto de vista de lateoría política,
porque contribuye a elevar el principal descubrimiento deMaquiavelo a
sentido común ilustrado: esto es lo que permite hablar conpropiedad de
una cultura política nacional-popular a la altura de los tiempos.Desde
el punto de vista de la evolución histórica del marxismo, porque
conducea una ampliación del concepto maquiaveliano de la relación entre
ética ypolítica, a la idea del “príncipe moderno” como intelectual
colectivo, quetiene que distinguir también, analíticamente, entre ética y
política en suseno.
Pero
hay más. Esta parte de la reflexión gramsciana, basadaen la comparación
entre maquiavelismo y marxismo, permite pensar con provechoen uno de
los grandes asuntos de la vida pública contemporánea, el de larelación
entre política y delito. Es conocida la atracción que se
siente,particularmente en momentos malos, en momentos de crisis de la
política, por el“comunitarismo” tradicional de las mafias. También es
conocida la tendencia, enlos casos de corrupción política, tan repetidos
hoy en día en las democracias oligárquicas,a poner a los propios (a los
amigos políticos del propio partido) más allá dela justicia, exigiendo
que se trate a éstos en la arena política como lostrataríamos en
familia. Aquella atracción y esta tendencia juntan el atávicomoralismo
que niega jurisdicción a la justicia de los hombres cuando se tratade
“los nuestros” y el moderno moralismo sectario que retrotrae el juicio
sobrelos delitos públicos de los políticos a la comparación interesada
sobre lamoralidad privada de los individuos (“la moralidad de los
nuestros está fuerade toda duda y por encima de lo que decidan los
tribunales”, se suele decir entales casos). Pues bien, la reflexión
gramsciana fundamenta la distinción, hoytan necesaria, entre “hermandad
mafiosa” y “fraternidad política”.
Revisión delimperativo kantiano
Gramsci se ha ocupado por lo menos dos veces del imperativocategórico kantiano.
En
la primera ocasión rechaza el imperativo categóricokantiano con un
argumento fuerte frente al cosmopolitismo universalista ilustrado:la
máxima de Kant, según la cual hay que obrar de forma tal que la
propiaconducta pueda convertirse en norma para todos los hombres en
condicionessemejantes, presupone una sola cultura, una sola religión, un
conformismomundial, cuando en la realidad no hay condiciones
semejantes. Esta críticaapunta hacia el lado débil del proyecto moral
ilustrado: su pretensión deuniversalidad valorativa por encima de las
diferencias histórico-culturales.
De
acuerdo con esta crítica gramsciana, el principiokantiano del
imperativo categórico conduce a una absolutización ogeneralización de
las creencias históricamente dadas. Pero no se puede aceptarel intento
de una fundamentación absoluta de la moral; para fundamentar unaética de
la libertad hay que partir del análisis histórico. Marx proporciona
uncriterio: la sociedad no se plantea tareas para cuya solución no
existan ya lascondiciones. El historicismo implica, por tanto, la
admisión de ciertorelativismo cultural y éste, a su vez, implica el
reconocimiento crítico de laexistencia de principios morales distintos
en contextos culturales diferentes.Se podría decir, pues, que no hay una
ética universal: hay éticas vinculadas ahistorias, tradiciones y
culturas diferentes.
A
partir de ahí se abren dos posibilidades: o prospectar unaética de
mínimos, una filosofía moral mínima, basada en el diálogo,
lacomunicación, el consenso y la reducción de los principios morales
diferentes aun mínimo común denominador (que es, en lo sustancial, el
proyecto liberal) oreproponer la “herejía del liberalismo” que fue el
marxismo de Marxcontemplando, en ese marco, el ideal moral kantiano como
una idea-límite, comouna idea reguladora que sólo dejaría de ser
utópica en otra sociedad, en lasociedad regulada. Gramsci ha seguido el
segundo camino.
Cuando,
unos meses después, Gramsci se ocupa de nuevo, enlos Cuadernos, del
imperativo categórico kantiano concluye el pasopreguntándose
explícitamente por la duración temporal de las éticas y por loscriterios
para saber si una determinada conducta moral es la más conforme a
undeterminado estadio de desarrollo de las fuerzas productivas. El
contexto enque se hace la pregunta indica que la preocupación principal
de Gramsci eraprecisamente el criterio de validez temporal del
materialismo histórico en elplano de la ética pública. ¿Quién decide
acerca de la validez de loscomportamientos morales históricamente
condicionados? Gramsci rechazasucesivamente que esto pueda decidirse
aduciendo la moral natural, el artificioo convencionalmente. Para él no
hay Papa laico ni oficina competente ad hoc. Loúnico que cabe a este
respecto es el choque mismo de pareceres discordantes.Eso forma parte de
la lucha por la hegemonía cultural.
Ahora
bien, ni la afirmación de la distinción maquiaveliana,que es analítica,
entre ética y política, ni la negación de la existencia de unprincipio
ético universal en el sentido kantiano, ni la crítica de la doblemoral
característica de la cultura burguesa realizada por Marx tienen
comoimplicación para Gramsci la defensa de una política ajena a la ética
o lapostulación de un relativismo ético absoluto, del tipo “todo vale
según lascircunstancias”. Gramsci afirma que no puede haber actividad
políticapermanente que no se sostenga en determinados principios éticos
compartidos porlos miembros individuales de la asociación
correspondiente. Son estosprincipios éticos los que dan compacidad
interna y homogeneidad para alcanzarel fin. Y ahí vuelve la distinción
entre mafia (o secta) y partido político.
Lo
que diferencia una mafia o una secta del “intelectualcolectivo”, del
“príncipe moderno” o del partido de nuevo tipo, es precisamentesu
diferente concepción de los principios y fines universales. Mientras que
enla mafia la asociación es un fin en sí mismo y la ética y la política
seconfunden (porque el interés particular es elevado a universal), el
partido,como príncipe moderno, como vanguardia o intelectual colectivo,
no se pone a sícomo algo definitivo, sino como algo que tiende a
ampliarse a toda laagrupación social: su universalismo es tendencial. En
él “la política esconcebida como un proceso que desembocará en la
moral, es decir, como unproceso tendente a desembocar en una forma de
convivencia en la cual políticay, por tanto, moral serán superadas
ambas”. La política misma se concibe comoun proceso que, una vez
superada la demediación humana, desembocará en lamoral. Mientras tanto,
es la crítica y la batalla de ideas lo que decide acercade la mejor
forma del comportamiento moral de las personas implicadas. No
haycomunión laica de los santos.
¿Qué concluir delanálisis de estos fragmentos de Gramsci sobre la relación entre ética ypolítica?
Si
se pone el acento en la comparación con el imperativomoral kantiano
habría que decir que el historicismo de Gramsci corrige demanera
realista el idealismo moral para acabar proponiendo una nuevaformulación
sociohistórica que da la primacía a la política sobre la ética. Elnuevo
imperativo ético-político suena así: “La ética del intelectual
colectivodebe ser concebida como capaz de convertise en norma de
conducta de toda lahumanidad por el carácter tendencialmente universal
que le confieren lasrelaciones históricamente determinadas”. No se
trata, pues, de la negación dela universalidad, sino de la reafirmación
de la universalidad tendencialmenteposible en un marco histórico dado,
concreto. Esto indica que el acento,respecto del imperativo categórico
de Kant, ha sido de nuevo desplazado delindividuo a la colectividad, a
la asociación.
En
el fondo esta idea de Gramsci prolonga e innova unaconcepción antigua,
clásica, de la relación entre ética y política: laconcepción griega,
aristotélica. Pero es también una prolongación innovadoradel concepto de
la relación entre ética y política de los orígenes de lamodernidad
crítica, republicana: la extensión del concepto maquiaveliano en
elsentido más auténtico; un concepto que tiene como punto de partida la
críticaradical de la doble moral característica de la cultura burguesa
pensando explícitamenteen los de abajo; un concepto de la relación entre
ética y política que da laprimacía a lo político porque considera
necesario e inevitable la participacióndel individuo ético en los
asuntos colectivos, en los asuntos de la ciudad, dela polis.
Admitida
la separación de hecho entre ética y política, elindividuo aspira a la
coherencia, a la integración de la virtud privada y de lavirtud pública
con la consideración de que aquélla sólo puede lograrse ensociedad y,
por tanto, políticamente. Pero con respecto de la concepciónclásica y
neomaquiaveliana de la relación entre ética y política Gramsci añadela
conciencia de la división permanente en la sociedad en clases. Y
conrespecto al imperativo moral kantiano Gramsci añade la conciencia
historicistadel relativismo cultural. Luego deriva coherentemente de
ambas cosas laafirmación de que la aproximación entre ética privada y
política (entendidacomo ética de la polis) sólo puede lograrse
plenamente en un orden nuevo, enuna sociedad alternativa, regulada, en
la que tal división haya sido superada.
¿Qué
hacer mientras tanto? Mientras tanto, la tendencia delindividuo
comunista a la universalización de la propia conducta moral tendráque
cargar siempre con la cruz de la contradicción a la que le obliga
laexistencia de una sociedad dividida. Y es en ese punto donde se
entrecruzan lalección ética que fue la vida del ciudadano llamado
Gramsci con la reflexiónteórica de los Cuadernos que se lleva a cabo
simultáneamente. Como la comuniónlaica de los santos es imposible en
este mundo y como mientras llega lareunificación de política y moral hay
que actuar acordando medios y fines, elindividuo comunista tiene que
hacer ya su propia reforma moral e intelectual.El marco sociocultural
para ello es para Gramsci el partido, el intelectualcolectivo, el
príncipe moderno. Pero en su seno, y en la batalla de ideassubsiguiente,
hay, por así decirlo, una forma defendible de individualismopositivo
que aspira a prefigurar un tipo de moralidad propio de la
sociedadalterativa. El que Gramsci defiende no siempre es explícito,
pero se puedeexplicitar a partir de lo que dejó dicho en muchas de las
cartas contemporáneasde los Cuadernos. Este individualismo positivo
consiste en prospectar ypracticar una revolución de la vida cotidiana a
partir de la reflexión (sóloesbozada) acerca de la relación entre el
mundo de la política y el mundo de losafectos.
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