Un
problema central de toda política revolucionaria es el problema del
poder; para la revolución socialista es la ampliación inusitada de la
autoconciencia y participación decisiva de los pueblos explotados en la
resolución y ruptura del orden que los oprime, se trata de la cuestión
de la hegemonía del pueblo trabajador contra el modo de control
metabólico del capital.
Por
muchos años, la polémica sobre este tema se abre y se reabre desde
distintas interpretaciones, puestas en práctica, con implicaciones
históricas en los pasajes revolucionarios que ha labrado la humanidad.
Concepciones que van desde las posiciones neo-anarquistas muy escuchadas
en los eventos del Foro Social Mundial que luchan por la revolución
desestimando el tema del poder, pasando por las clásicas anarquistas que
plantean la destrucción de toda forma estado o poder, sin transición
alguna; tesis éstas que terminan siendo tildadas de utópicas, puesto que
el derrocamiento de la burguesía y toda forma de dominación requiere de
formas especiales de organización de la violencia y del consenso, las
cuales dejarán de ser necesarias cuando la humanidad haya abolido y
superado las clases sociales y sus antagonismos.
También
en el debate mundial de la denominada “izquierda” se encuentran las
interpretaciones mecánicas sobre el poder revolucionario que separan en
tiempos y circunstancias lo político, de lo cultural, de lo económico
encubriendo sus relaciones, tal y como es presentada la tesis del asalto
y toma del viejo estado y la posterior centralización de las fuerzas
productivas bajo nuevas relaciones decretadas desde arriba (el
funcionariado oficial), Lo que Mészáros calificó como “la peligrosa
ilusión de superar o doblegar el poder del capital mediante la simple
expropiación política/legal de los capitalistas privados”.
Otra
interpretación mecánica muy conocida, es la que plantea como lo
principal (en tiempos y circunstancias) el uso del poder de la forma de
estado burgués como palanca para transformar la economía y la cultura de
los pueblos como lo derivado; Se trata de una especie de transición en
la que el proceso económico orientado por la vanguardia dotaría de
conciencia y poder al pueblo trabajador para alcanzar estadios
superiores de sociedad.
Sobre
este aspecto, la escritora Isabel Rauber nos lega una interesante
reflexión al respecto: “Para romper el círculo vicioso del sistema
orgánico del capital y adentrarse en la aventura del proyecto
socialista, la palanca estratégica fundamental que hay que sostener no
es el poder represivo del estado –que puede ser derrocado bajo
circunstancias favorables-, sino la superación de la postura defensiva
del trabajo con respecto al capital. El capitalismo puede ser derrocado
y, sin embargo, sobrevivir el orden metabólico del capital –como ocurrió
con las experiencias revolucionarias del siglo XX, según relata
Mészáros en Mas allá del capital, Para que el trabajo resulte hegemónico
en relación con el régimen del capital tiene que erradicar
completamente al capital del sistema metabólico social, y ello es,
además y articuladamente, una tarea local y global”.
La
reflexión de Rauber nos traslada directamente al punto en el que el
desmontaje del poder del capital, de su modo de control
(represivo/ideológico/cultural), pasa porque se instituya un real poder
activo del pueblo trabajador, en el que las masas explotadas participen
decisivamente en las decisiones políticas, económicas y culturales a
todos los niveles, y que ese mismo proceso (de participación) se vaya
impregnando con el sello de la nueva sociedad del trabajo, que se
exprese como cultura.
En
esta misma línea se encuentran las ultimas reflexiones de orden
político de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC-EP)
quienes a través de la vocería del comandante asesinado Alfonso Cano
expresó: “Nuestros objetivos son la convivencia democrática con justicia
social, y ejercicio pleno de la soberanía nacional, como resultado de
un proceso de participación ciudadana masivo que encause a Colombia
hacia el socialismo”.
Un
punto importante que separa a los lugares comunes de la vieja izquierda
de la crítica marxista sobre el tema del poder, es el fetiche que
existe sobre los procesos económicos y políticos y su resultante: la
concientización del sujeto histórico, que devendría como consecuencia de
tal proceso.
Partiremos
en el presente trabajo en que la mitología de un proceso económico
(formula abstracta de la transición) que organizará a la sociedad y
producirá una nueva conciencia social fue derrumbado en la URSS y está
siendo derrumbado por la China moderna; precisamente porque el sujeto
protagónico de este proceso fueron los funcionarios puestos por encima
de la sociedad y el sujeto histórico era apenas un depositario de estas
transformaciones; este enfoque olvida lo planteado por Lenin
refiriéndose a la obra de Marx: “Mientras los economistas veían objetos,
Marx veía en la economía relaciones humanas”; es decir, que las
transformaciones económicas son realizadas por la sociedad, o por una
parte de ella; El desarrollo de las fuerzas productivas y su apropiación
(para si) por el proletariado, no es un hecho apartado de las clases;
es un hecho que es parte del movimiento de las clases, de su lucha.
He
allí el gran peso histórico de Antonio Gramsci cuando introduce la
categoría Hegemonía como un "complejo entrecruzamiento de relaciones de
fuerza que atraviesa las esferas políticas, económicas, sociales y
culturales".
Gramsci
logra romper con la visión esquemática de la división mecánica entre la
Estructura (elemento base comprendido por las fuerzas productivas y las
relaciones sociales de producción) y la Superestructura (instituciones
ideológicas, creencias de una sociedad y el estado) y las une a través
del concepto dialectico del bloque histórico.
Gramsci
hace un aporte primordial para la comprensión marxista del problema del
poder en las formaciones capitalistas modernas expresando que = “no
está dado solamente por el control de los aparatos represivos del
Estado, pues si así lo fuera dicho poder sería relativamente fácil de
derrocar (bastaría oponerle una fuerza armada equivalente o superior que
trabajara para el proletariado); dicho poder está dado fundamentalmente
por la "hegemonía" cultural que las clases dominantes logran ejercer
sobre las clases sometidas, a través del control del sistema educativo,
de las instituciones religiosas y de los medios de comunicación. A
través de estos medios, las clases dominantes "educan" a los dominados
para que estos vivan su sometimiento y la supremacía de las primeras
como algo natural y conveniente, inhibiendo así su potencialidad
revolucionaria.
En
un trabajo realizado por Rafael Rodríguez y José Seco se expresa un
punto de vista interesante sobre la obra de Gramsci acerca del poder y
la hegemonía = “Para el filosofo italiano la hegemonía cristaliza: 1) en
la intervención del poder (en cualquiera de sus formas) sobre la vida
cotidiana de los sujetos y 2) en la colonización de todas y cada una de
sus esferas, que ahora son relaciones de dominación.
Estaba
claro, para Gramsci que la clase dirigente refuerza su poder material
con formas muy diversas de dominación cultural e institucional, mucho
más efectivas que la coerción o el recurso a medidas expeditivas, en la
tarea de definir y programar el cambio social, exigido por los grupos
sociales hegemónicos. De modo que si se quiere cimentar una hegemonía
alternativa a la dominante es preciso propiciar una guerra de posiciones
cuyo objetivo es subvertir los valores establecidos y encaminar a la
gente hacia un nuevo modelo social. De ahí que la creación de un nuevo
intelectual asociado a la clase obrera pasa por el desarrollo desde los
sujetos concretos, de nuevas propuestas y demandas culturales. El
objetivo consiste en la imaginación de una nueva cultura no subalterna,
muy diferente de la burguesa, que pueda llegar a ser dominante sin verse
arrastrada por culturas tradicionales”.
De
esta forma Gramsci no entendía la hegemonía como una situación
inquebrantable; aclaraba que la misma podía entrar en crisis cuando se
rompe el consenso relativo en una parte importante de la sociedad.
Es
por ello que el poder revolucionario debe contar con que la clase
portadora del cambio haya configurado en medio de una serie de choques
la necesidad del activismo, la conciencia de su situación, la capacidad,
la organización y los instrumentos para imponer sus intereses
(conciencialmente apropiados para sí por el despliegue masivo de una
cultura revolucionaria) de manera permanente a los capitalistas. Se
intenta precisar el problema del poder como una construcción histórica
de un bloque de fuerzas surgida y crecida a raíz de las contradicciones
de un orden caduco; como su negación; queremos introducirnos al problema
del poder como un conjunto de relaciones de fuerzas generadas en las
relaciones sociales, nos referiremos al poder revolucionario.
Sobre
esta ubicación teórica Isabel Rauber señala que: “El poder no se reduce
al poder político, ni al aparato estatal como expresión concentrada de
los intereses de clase de los capitalistas. Supone ante todo una
relación social de fuerza, enraizada en la relación estructural entre el
capital y el trabajo en el proceso productivo (propiedad sobre los
medios de producción, organización del proceso de producción y
reproducción del capital y el trabajo, de la distribución y el consumo).
Vale decir que es omnipresente y omnisciente en todas las
manifestaciones de la vida social e individual de los seres humanos. Los
fluidos de esas relaciones de fuerzas, la búsqueda permanente de su
regulación, y los modos concretos de existencia y funcionamiento del
poder, ocurren a través de la política, es decir, de la guerra
permanente entre las clases y sectores sociales enfrentados en sus
distintos modos de manifestarse en la disputa hegemonía-contrahegemonía
de intereses radicalmente irreconciliables”.
Este
debate, sobre el poder popular en Venezuela, se debe esencialmente al
auge creciente de participación, organización y movilización de las
masas que caracteriza al denominado Proceso Bolivariano: (consejos
comunales y de trabajadores, misiones educativas, sociales y de
liberación de la mujer, sindicatos revolucionarios, milicianos, frentes
de campesinos, etc.).
Tomado de: http://www.gramscimania.info.ve
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