Los últimos siglos se han caracterizado por incontables descubrimientos:
continentes, pueblos originarios, especies de seres vivos, galaxias,
estrellas, el mundo subatómico, las energías originarias y últimamente
el campo de Higgs, especie de fluido sutil que impregna el universo; las
partículas virtuales al tocarlo reciben masa y se estabilizan. Pero
todavía no habíamos descubierto la Tierra como planeta, como nuestra
Casa Común. Fue necesario que saliésemos de la Tierra para verla desde
fuera y entonces descubrirla y constatar la unidad Tierra-humanidad.
El astronauta James Irwin decía: «La Tierra parece un árbol de
navidad colgado del fondo negro del universo; cuanto más nos alejamos de
ella, tanto más va disminuyendo su tamaño, hasta quedar reducida a una
pequeña bola, la más bella que se pueda imaginar. Ese objeto vivo tan
bello y tan cálido parece frágil y delicado; contemplarlo cambia a quien
lo have, pues empieza a apreciar la creación de Dios y a descubrir el
amor de Dios». Otro, Eugene Cernan, confesaba: «Yo fui el último hombre
que pisó la luna en diciembre de 1972. Desde la superficie lunar miraba
con temor reverencial hacia la Tierra en un trasfondo muy oscuro; lo que
yo veía era demasiado bello para ser aprehendido, demasiado ordenado y
lleno de intención para ser fruto de un mero accidente cósmico; uno se
sentía, interiormente, obligado a alabar a Dios. Dios debe existir por
haber creado aquello que yo tenía el privilegio de contemplar;
espontáneamente surge la veneración y la acción de gracias; para eso
existe el universo».
Con fina intuición observó Joseph P. Allen, otro astronauta: «Se
discutió mucho sobre los pros y los contras de los viajes a la luna, no
oí a nadie argumentar que deberíamos ir a la luna para ver la Tierra
desde allí, desde fuera de la Tierra; después de todo, ésta debe haber
sido seguramente la verdadera razón de haber ido a la luna».
Al pasar por esta experiencia singular, el ser humano despierta a la
comprensión de que él y la Tierra forman una unidad y que esta unidad
pertenece a otra mayor, la solar, y esta a otra todavía mayor, la
galáctica; ésta nos remite a todo el universo, el universo entero al
Misterio y el Misterio al Creador.
«Desde allá arriba», observaba el astronauta Eugene Cernan, «no son
perceptibles las barreras del color de la piel, de la religión y de la
política que aquí abajo dividen al mundo». Todo está unificado en un
único planeta Tierra. Comentaba el astronauta Salman al-Saud: «el
primero y el segundo día, señalábamos hacia nuestro país, el tercero y
cuarto hacia nuestro continente, después del quinto día solamente
teníamos conciencia de la Tierra como un todo».
Estos testimonios nos convencen de que Tierra y Humanidad forman en
realidad un todo indivisible. Exactamente esto fue lo que escribió Isaac
Asimov en un artículo en The New York Times del 9 de octubre de 1982
con ocasión de los 25 años del lanzamiento del Sputnik, que fue el
primero en dar la vuelta a la Tierra. El título era: “El legado del
Sputnik: el globalismo”. Y decía Asimov: «se impone en nuestras mentes
reluctantes la visión de que Tierra y Humanidad forman una única
entidad». El ruso Anatoly Berezovoy que estuvo 211 días en el espacio
afirmó la misma cosa. Efectivamente no podemos colocar en un lado la
Tierra y en el otro la humanidad. Formamos un todo orgánico y vivo.
Nosotros los humanos somos aquella parte de la Tierra que siente,
piensa, ama, cuida y venera.
Contemplando el globo terrestre presente en casi todos los lugares,
irrumpe espontáneamente en nosotros la percepción de que a pesar de
todas las amenazas de destrucción que montamos contra Gaia, el futuro
bueno y benéfico, de alguna forma está garantizado. Tanta belleza y
esplendor no pueden ser destruidos. Los cristianos dirán: Esta Tierra
está penetrada por el Espíritu y por el Cristo cósmico. Parte de nuestra
humanidad ya fue eternizada por Jesús y está en el corazón de la
Trinidad. No será sobre las ruinas de la Tierra donde Dios completará su
obra. El Resucitado y su Espíritu están empujando la evolución hacia su
culminación.
Una moderna leyenda da cuerpo a esta creencia: «Había una vez un
militante cristiano de Greenpeace que fue visitado en sueños por Cristo
resucitado. Jesús lo convidó a pasear por el jardín. El militante
accedió con gran entusiasmo. Después de andar un largo rato, admirando
la biodiversidad presente en aquel rincón, preguntó el militante:
“Señor, cuando andabas por los caminos de Palestina, dijiste en una
ocasión que un día volverías con toda tu pompa y gloria. ¡Se está
demorando mucho tu venida! ¿Cuando volverás por fin de verdad, Señor?
Tras unos momentos de silencio que parecían una eternidad, el Señor
respondió: “Mi querido hermano, cuando mi presencia en el universo y en
la naturaleza sea tan evidente como la luz que ilumina este jardín;
cuando mi presencia bajo tu piel y en tu corazón sea tan real como mi
presencia aquí ahora, cuando esta presencia mía se haga cuerpo y sangre
en ti hasta el punto de que no necesites pensar más en ella, cuando
estés tan imbuido de esta verdad que ya no necesites preguntar
insistentemente como estás preguntando ahora… entonces, hermano querido,
esas serán las señales de que he vuelto con toda mi pompa y toda mi
gloria.
Traducción de María José Gavito
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