FEDERICO RUIZ TIRADO
El anarquista y filósofo H. D. Thoreaud reflexiona en una carta
familiar sobre las metas y los objetivos humanos no alcanzados, aquellos
que se fraguan en un carácter rebelde frente a la opresión y las crisis
multifacéticas, como las que vienen sacudiendo a la civilización entera
y al capitalismo, sin que ello aminore la escalada del mal, la
siniestra manera de dilatar su supervivencia.
Esta lectura de Thoreaud me recuerda a mi padre. La última vez que
hablé con él me interrogó con un dejo de sarcasmo, propio de quien se
afanó en luchar toda su vida –y fielmente- por los principios del
marxismo. “¿Qué vaina es esa del socialismo del siglo XXI?”, me
interpeló de un modo extensivo al presidente Chávez, a quien yo vería en
Córdoba junto a Fidel en un grandioso acto de masas en la Cumbre del
Mercosur, inédito en la Argentina después de Perón, pero emblemático de
una irrebatible cultura antiimperialista desde la histórica Cumbre de
Mar del Plata de 2005, cuando se le dio sepultura al ALCA y comenzó a
germinar la alternativa del ALBA.
“Dile a Hugo que no invente tanto, que aquí hay que cerrar los medios
de comunicación, eliminar la propiedad privada y decretar la dictadura
del proletariado”, fueron las últimas palabras que escuché de él del
otro lado del teléfono. Dos días después, un infarto se lo llevó y su
sepelio fue un acto político entre quienes, desde la conversión
ideológica del comunismo al antichavismo primitivo, pretendían
secuestrar su irreverencia, su recio carácter crítico y humano, la
originalidad de ser artífice de sí mismo y quienes, como la mayoría de
nosotros, simplemente lo lloramos de un modo germinal, sabiendo que no
había vivido en vano, ese baquiano de Puerto de Nutrias, como lo
calificó el presidente Chávez.
Hoy ha nacido un movimiento en Barinas que lleva su nombre para
transitar la ruta del Gran Polo Patriótico. No se extingue la llama de
su legado comunista y bolivariano.
Tomado de: http://www.ciudadccs.info/?p=231959 17/11/11.-
Crónica cuzcatleca
ResponderEliminarFlores de Maquilishuat para José Esteban.
A veces quiero ser como los árboles:
que mis pies echen raíces y se hundan
en la profundidades de la tierra
y que mis brazos se eleven al cielo
y se crucen torcidos, como ramas
y que formen los signos misteriosos
que guardan la leyenda de los bosques.
Estos versos de José Esteban Ruiz Guevara, nuestro padre, fueron escritos con una gran sabiduría y con la reciedumbre de un hombre sembrado en el corazón de la llanura. Qué mejor que los árboles para simbolizar la hermandad y, a la vez, los desencuentros entre hombre y naturaleza, entre la madre tierra y sus hijos, sean descendientes de Ceres o de su hija Preserpina. En cualquier caso, se trata del eterno conflicto entre la vida y la muerte, la primavera y la desolación, el cíclico concurrir de los azares y las certidumbres. Es en las profundidades de la tierra donde José Esteban quiso encontrar las claves de sus asombros y perplejidades, esos “signos misteriosos” presentes en las torcidazas ramas de los árboles, allí, donde florecen las más misteriosas leyendas. Buscó también en la simbología de las “piedras herradas”, aquellas que esculpieron nuestros aborígenes, espiando explicaciones a su presencia en el cosmos y, descubrió, en esas rocas glifadas, que su poesía era parte de sí mismo, de su profunda hermandad con quienes trataban a los árboles como sus semejantes.
Cuando aquí en El Salvador florece el Maquilishuat, nuestro Apamate (tabebuia rosea), evocamos las imágenes y la sapiencia de José Esteban. Acá el Maquilishuat es el árbol nacional y simboliza el amor, en la dimensión que se le mire. Muchos poetas y poetizas le cantan y le veneran, siendo objeto de múltiples mitologías, recreaciones y alegorías. Como lo canta Lidia Villavicencio:
Ya los maquilishuat floreciendo están
la luz de la luna, acariciándolos va
y bajo las sombras de este árbol en flor
con el brillar de la luna, florece también mi amor.
Las flores del Maquilishuat son cósmicas. Responden a las más inusitadas y apasionadas creaciones del imaginario salvadoreño, como lo reflejan los versos de Vladimir Baiza:
Te digo flor, más bella que la flor de mis humosas montañas,
con paisajes de botes de leche y cuernos de la abundancia.
Tu sueño cabe en un reguero de colores, en el árbol otoñal
del vecindario gringo, en una corola del maquilishuat rosa.
Sean ramas, flores, signos misteriosos, raíces profundas o piedras glifadas, las del Maquilishuat te pertenecen José Esteban.
Wladimir Ruiz Tirado
San Salvador, abril de 2007
ATM