jueves, 28 de noviembre de 2013

Creer en la educación por Victoria Camps


    
       No existe ningún padre o madre que no haya dicho alguna vez que lo único que desea para sus hijos es la felicidad. Todo el mundo la desea. Lo que nadie tiene claro es qué entendernos por felicidad, si es que alguna vez nos hemos tornado la molestia de pensar en ello, y, tampoco si proponerse conseguirla es un objetivo sensato. Con la felicidad pasa algo similar a lo que ocurre con la libertad: se identifica con hacer lo que cada cual desea en cada instante sin ningún tipo de restricciones. En parte, la libertad sí que es eso, poder actuar sin interferencias externas. Pero, ¿y la felicidad? Equivale al jouir sans entraves del Mayo del 68, a satisfacer cualquier deseo, sean cuales sean las consecuencias?, ¿O la moderación de los deseos es, como decían los estoicos, un aspecto importante de la misma felicidad? ¿Está relacionada la felicidad con la voluntad de dar un sentido, una dirección o una finalidad a la vida?. Si es así, desear la felicidad de los hijos; no significa también enseñarles a vivir con algún propósito que dé sentido a sus vidas?